jueves, 31 de diciembre de 2015

Hoy puede ser un gran día

<<Hoy puede ser un gran día>>, <<Hoy todavía pueden pasar muchas cosas>>. Reafirmo lo primero, pero desmiento lo segundo. Y es que, ahora sí, el año descuenta temeroso sus últimas horas. Este año intenso, cubierto de una neblina de recuerdos que refresca los campos secos. Secos, porque la lluvia la hemos absorbido unos cuantos en nuestros escritos, allá por el mes de abril, y ahora no queda nada de aquello. 
Quizá deba explicar el por qué de esta reflexión: lo cierto es que la tendencia histórica de mi interés por el campo era a la izquierda del eje de ordenadas. Sin embargo ahora que soy yo la que descuenta días para observarlo, después de casi dieciocho años rodeada de la inmensidad del campo abierto, de sus parcelas literales, es mi momento de empezar a apreciarlos. Estúpido corazón castellano, hipócrita y contradictorio...
Si me pidieran una valoración general del 2015 diría, como todos los años, que fue turbulento. Y así es: un año lleno de dudas, encuentros y reencuentros: un año para aprender. Para aprender que se puede querer y odiar por partes iguales, sin sentirse mal, porque del odio también se extraen experiencias, y toda experiencia sirve para enmendar errores. 
En cualquier caso no hay lugar para las quejas, pues de los cuatro propósitos he logrado cumplir tres (el de adelgazar lo doy por imposible, y más en estas fechas), y aparte otro gran logro que no esperaba: superar mi miedo a los perros, gracias a (o por culpa de) Bigui. 
      1. Aprender inglés. El 17 de octubre me examiné del PET, y un mes después me anunciaron que había aprobado, con mención, un 87% de aciertos. Y por ello tengo que dar las gracias a mi maestro, que no profesor, porque además de incrementar mi nivel, mi soltura y mi vocabulario, en gran parte me amaestró en el arte de la vida. Me hiciste más tolerante, Jaime, y aquí está la referencia que te prometí, aunque un poco tardía, sí, y por eso te pido perdón. 
        2. Conocernos. Y nada más que añadir. 
      3. Ser feliz. A pesar de muchas cosas, lo he conseguido. Sé que se puede renacer, quizá de absolutamente todo, incluyendo la muerte. Porque hay muchas formas de morir, y la peor no es la que te lleva bajo tierra. 

Me parece innecesario repetir por enésima ve las palabras que ya he compartido en privado con los más allegados. Pero de todos los nombres que han llenado mis últimos 365 días, hay uno que destaca, que sobresale, que no puede quedarse sin mencionar, y con él termino este insustancial escrito. Cristina. 
Feliz fin de año, y que prospere el siguiente. 


sábado, 12 de diciembre de 2015

Sala 206

Hace apenas unas horas que caminaba por una calle desierta sin más compañía que el susurro del viento en la mañana fresca y despejada, y ahora, por cuestión de tiempo y kilómetros, espero con deleite a que el semáforo se ponga en verde o en rojo, según otros puntos de vista. El tráfico detiene su frenético vaivén y yo o, más bien, nosotros aceleramos el paso ganándole espacio a la ciudad con la contraposición. Las calles son hermosas y hoy lo están más aún, porque diciembre se ha encargado de cubrirlas con su manto de hojas precipitadas y una luz más acogedora aguarda la llegada de la noche para hacer a Madrid brillar con ilusión navideña. 
En la entrada del Reina Sofía flota una atmósfera nebulosa de delirios y sueños de artistas, de artistas que se encuentran o reencuentran con otras mentes perturbadas y, en cierta medida, personas mediocres, aburridas, que rezan por salir de este lugar cuanto antes. Y para colmo quedamos los artistas mediocres, que tenemos miedo de no estar a la altura de nuestras inspiraciones y al mismo tiempo no podemos esperar más a darnos de bruces contra ellas y los futuros apuntes de Literatura. 
En mi mente la promesa de un gran encuentro no para de martillear las hoces y segar los martillos. Supongo que eso fue lo que le ocurrió a Dalí, y no tardó en pasarle factura. Pero no estoy dispuesta a seguir sus pasos hipócritas.
<<No se permite hacer fotos>>, por descontado. Recuerdo haber escuchado esas palabras en algún otro lugar; pero esta vez la moción sólo afecta a la Sala 206, con lo cual ya sé dónde se encuentra el tesoro más conocido de este museo. Sea como fuere en mi médula se almacenan instantáneas imborrables. Esas nunca acatarán la dichosa regla. Y en cierto modo, yo tampoco. 
La pintura que tiñe lo ausente resbala por las calizas vascas. Envenena los lienzos y las calaveras, y la conciencia de aquel condenado anacrónico que se detenga a observar, a palpar y sentir el miedo ondeando entre la carne, bajo la piel, en los huesos... Decenas de años después me parece escuchar el eco de sus gritos que precede el vuelo del Cóndor. Después tan sólo silencio. Silencio... Dejaré que hable ahora y cuente por sí mismo las historias acabadas que ni en el enésimo intento alguien podría relatar. El sol de Guernica no brilló más que el estruendo de las bombas. 

Unas salas más allá los eternos enigmas dalinianos me corrompen la razón. Porque esta no puede primar sobre la esencia, y la esencia de la vanguardia consiste en delirar. Federico desde una vitrina recita la oda a su Salvador y yo decido no interferir pues su garganta andaluza me hipnotiza, como hizo con ciertos oídos catalanes. No deseo interponerme entre platonismos del pasado. 
Es tarde. Lo diga como lo diga, lo cierto es que es tarde. Sin embargo esta vez no es culpa de mis raíces tresjunqueñas y su notoria puntualidad, sino de haberme perdido en la hermosa inmensidad de la capital. Y una vez salvados los espacios, las tapias pretenden engañarme jurando y perjurando que Goya está oculto tras ellas. Eso no es verdad, aunque Dativo pareció no entender mi rotunda afirmación antes de que señalara los frescos del techo de la capilla. Él vive en sus pinturas eternas. Lo que pueda quedar de quien una fría noche corrió al monte del Príncipe Pío en busca de los fusilados el 2 de mayo, es menos que nada. 

El glosario de dioses egipcios me reconcome las entrañas, y el Templo de Debod me hace cojear más aún de esa misma pierna. Esa que lo viene haciendo desde que el mundo es mundo. El templo y sus rocas talladas, el estanque, la tierra, el atardecer contaminado y escalofriante, el oxígeno del Parque del Oeste, la mirada de Madrid posada sobre nosotros... Las voces lejanas no son más que constantes imperceptibles a nuestro alrededor. Los antiguos monumentos, las obras de arte, las almas latentes, se empequeñecen y mi sangre arde mientras la piel se me congela. 
La mejor y a la vez peor parte de la vida es que, al final, todo termina. Pero esto, el conjunto de sensaciones frenéticas que nos insuflan y arrebatan el aliento, es la excepción imprescindible que hace que la máxima se cumpla. Los contrapuntos son eternos e infinitos. Nos guste o no, el platonismo mueve los tiempos y juega a entrelazar pasado con presente. La pasión, el amor, el arte... siempre sobrevivirán. 




sábado, 5 de diciembre de 2015

Kant era bloggero

¿Qué será aquello que haya más allá del ser y del estar? ¿Qué estará? ¿Quién seré, quién serás?
Escribir por escribir escritos sin alma. Retroceder. Agarrarme a las redundancias y llevar la vida (mi vida) paso a paso, sin mirar atrás ni adelante, con los ojos cerrados, porque si no veo el precipicio, no estará y yo seré sólo un acto en lugar de una potencia que se aproxima a la muerte, a la caída eterna, que juega con ella al escondite sin miedo a encontrarse.
O escribirle a la ausencia. Al imposible. Durante toda una vida, o una etapa de afonía, como este verano congelado en diciembre que me impide encajar las piezas del rompecabezas y sacia su sequía con mis lágrimas. 
Y esos, ¿tendrán alma? Sin duda, la mía, que se condensa en cada texto y llueve con las tildes sobre el papel.
Algún día no quedará más materia prima, y entonces buscaré un culpable. Lo buscaré hasta dar con alguno de sus cómplices, porque ya me conozco más que de sobra.
Y estoy. Pero desearía decir que soy.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Una lista de inutilidades

Son muchas las veces que he pensado seriamente en confeccionar una lista con las mil situaciones cotidianas más crueles que atestan nuestras realidades. Aunque no sé si en el fondo sería útil, porque todos sin excepción estamos hartos de identificarlas día a día, y más aún de no poder esquivarlas. En cualquier caso las crisis de identidad figurarían en mi lista de inutilidades, y es eso precisamente lo que esta noche me lleva a encender el portátil y teclear, que no escribir, pues hace mucho que no logro escribir nada. Y <<mucho>> es demasiado tiempo.
Desde hace meses soy incapaz de concentrarme en nada que no sean los asuntos oficiales (instituto, instituto y más instituto), o más bien de querer hacerlo, y de nada me sirve tal sacrificio. Cuanto más me empeño, cuanto más me esfuerzo, cuanta más tinta sangran mis pupilas, cuanto más se me oxida el cerebro, peores resultados obtengo. A cambio mis ideas se pudren antes incluso de tener oportunidad de ser expuestas. Se marchitan como esas flores arrancadas de cuajo que traía a casa cuando era pequeña, robadas de cualquier parque, y que mi madre ponía dentro de un jarrón con agua con el mero propósito de <<hacerlas aguantar>>, de alargar su agonía. Pobres flores sentenciadas a muerte. 
No es que sea culpa mía, ni tampoco que deje de serlo. Siento las palabras, los términos y sus energías brotar y deslizárseme por los poros como una corriente eléctrica, sin embargo ni mi cabeza sintetiza los vocablos, ni mis dedos saben cómo transmitirlos. Mis torpes órganos semiatrofiados no pueden responder. No quieren responder, y aunque quisieran, no podrían hacerlo. Es curioso que esto mismo le ocurra a mi alma irascible, la que siente las pasiones, las nobles, cuya virtud máxima debería ser la templanza, y digo debería porque, en mi caso, no lo es (o sí, porque deber, debe, pero no lo hace: no respira, no sosiega, no afronta desde la calma. No busca su naturaleza, No la encuentra...). Y más gracioso todavía es el hecho de que ahora, cuando al fin he comprendido el manual de instrucciones del alma racional y sé utilizarla, los pasos previos comienzan a fallar. ¿Será esa la cuestión? ¿Significa todo esto que la verdadera raíz de mis problemas está en mi abdomen? Si es así, ¿qué coño les pasa a mis tripas? ¿Por qué no me hablan de una jodida vez para permitirme buscar una solución? Quizá ellas tampoco pueden reconocerme. Ni yo misma puedo hacerlo. 
No sé quién es esta persona incapaz de apasionarse por ninguna historia: enterrarse en las páginas de un libro cualquiera y, por grande que fuera el tostón, tragárselo hasta el final y hallar un buen motivo por el que hubiera merecido la pena hacerlo. Esta, que sostiene Niebla en una mano y el teléfono en la otra reclamando su atención y no piensa en a qué llamada responder antes, sino cuál de los dos objetos estampar primero contra la pared.  Quién es esta que tolera la Verdana y detesta la puñetera Trebuchet; esta, que el 9 de noviembre no se acuerda de los Cristales Rotos y del Muro de Berlín. Quién soy yo si el 18 de brumario olvido a mi Napoleón. Exacto: yo no soy nadie. 
Estaba cansada de ser solamente yo. Ahora daría lo que fuera por volver a serlo. 

viernes, 30 de octubre de 2015

Las Danzas Húngaras

Siempre se me ha dado muy bien idealizar. Desde que me declaré platonista dedico mis días a vagar por lo sensible y abstraer falsas realidades. Pero no sólo idealizo cosas y conceptos, y ese es precisamente mi problema, que idealizo demasiado...
Sabía que, tarde o temprano, terminaría pasándome factura. La actividad a la que he dedicado toda mi vida. Mi vida.
¿Cómo sonarán las danzas húngaras ahora?

miércoles, 28 de octubre de 2015

Querido rey filósofo:

Después de mucho tiempo sin pensar en el pasado, esta noche de vigilia me he acordado de ti. He regresado a aquella nebulosa brillante que envolvía nuestras coyunturas en la época arjeica: la época de principios, y también de finales. 
Quién iba a decirme, mi querido rey filósofo, que a pesar de todo lo vivido hoy sería capaz de eludir tu mirada de mis recuerdos. Hoy he vuelto a aquellos días previos a todo, cuando los taburetes chirriantes de la Sala Onírica intentaban eclipsar tu voz, y es esto precisamente lo que me hace reír a carcajadas de nuevo: traer a mi mente cada una de tus clases. 
Parece que fue ayer cuando sufría por no encontrar otro maldito objeto que colocar en aquel detestado  Horror Vacui que nos llevaba por el camino de la amargura, aun teniendo la ventaja frente al resto de haber establecido una lámina viviente en mi mesa de trabajo que copiar. Calqué más gatos azules que en toda vida al trasluz de las ventanas. 
Tus ovoides, tus spots publicitarios y tus fieles nueve líneas como método de expresión me acompañan hoy día, pues con ellos me enseñaste a observar por primera vez la realidad como un compuesto que se podía abstraer. Porque, en el fondo, no se trata más que de coger lápiz y papel y atreverse a imaginar. 
<<Los números pueden formar números>>, dijiste, y yo te escuché; pero sólo ahora me atrevo a entender lo que eso significa, cuando mis números se han convertido en letras y estoy acotada a descubrir qué demonios querían descubrir las unas dentro de los otros. Todo hecho está integrado por al menos dos opciones, y el caso de las cifras no pretende confirmar ninguna regla imperativa e inmutable, pues estas deciden si agruparse entorno a un todo mayor o permanecer en su estado de individuo. O, más bien, somos nosotros quienes determinamos su valor, y eso significa que nos valemos de operaciones como ancla; como pilar para sostener todo lo abstraído. 
¿Lo ves? Incluso estando tan lejos de entonces, aquellas cuatro paredes me hacen pensar en lo que más odio como algo bello. Sin aquel caldo de cultivo hoy Esther no sería Esther, y a ella (a mí) le gustaría que vieras en quién se ha convertido, profesional y personalmente. 
Ahora dilúyete en el caleidoscopio de la vida otra vez. Yo seguiré paciente, manchando con salpicaduras de pintura la pared, esperando a que las piezas, en un momento inesperado, vuelvan a encajar. 
Y perdona rey filósofo a esta alumna tuya que no deja de filosofar. 

Moraline.

domingo, 25 de octubre de 2015

Micromaltrato en las aulas (Insecticidio: testimonio de una mosca)

Se oían estruendosas risas a mi alrededor. La cúpula de plástico duro en la que estaba  presa multiplicaba el retrueno. Daba vueltas sobre mí misma tratando de espantar la locura que se apoderaba de mí. Entonces levantaron la cúpula y me dejaron salir. Me creía libre; pero la tortura no había hecho más que comenzar…
Dos grandes trozos de papel se me adhirieron al cuerpo  por medio de la sustancia más pegajosa que había tocado en mi corta  vida. La celulosa me impedía volar, lo que provocaba un mayor divertimento en mis captores. Pasaron largos y terribles minutos durante los cuales mi propio peso me aplastaba, no podía caminar. No tenía escapatoria.
De repente las risas se extinguieron: se habían hartado de mí. Creía que volver a ser libre era solo cuestión de instantes. Qué  equivocada estaba. Me golpearon fuertemente y en mi agonía sentí cómo mutilaban mi cadáver arrancándome las alas.” 

La escena se repite día tras día en las aulas. El insecticidio no está penado por ley; pero, oralmente hablando, ¿es necesario someter a tal tortura a un animal sensible? Si el dolor marca el límite recordemos que no manifestarlo no significa que no esté ahí. 

lunes, 12 de octubre de 2015

Mar de azabache

Parece que hace ya muchos años que no me tropiezo con tu sonrisa, cuando realmente sólo hace un par de días. No tengo ningún derecho a hacerlo, lo sé, sin embargo no puedo evitar sentirme dolida.
Aunque bien visto, tal vez eso sea lo mejor. Hoy los dos estamos aquí, pisando el mismo suelo; bajo el mismo cielo y el mismo techo durante seis horas al día. Pero hoy no durará para siempre. Mañana ambos estaremos lejos, muy lejos de aquí y del otro, a tantos kilómetros de distancia como veces al día pienso en tu nombre sin ni siquiera darme cuenta.
Tal vez lo mejor sea cerrar los ojos y dejar a la mente volar. Con suerte, no regresará a tu flequillo alborotado. Eso haré: intentarlo. Lo intento. Lo estoy intentando. Nada.
No obstante en nuestro entorno flotan sensaciones de forma perpetua, y eso sí que es innegociable: las emociones se sienten o no se sienten y no hay más que hablar. Se sienten fluir entre los dos cuando acaricio tu brazo súbitamente y tú imitas el gesto. Yo sólo quería reírme del mundo contigo y eso debería ser suficiente.
Pese a todo me queda un mínimo consuelo entre nuestros breves instantes: que esa distancia te duele y te dolerá al menos la mitad que a mí. Y eso lo dice todo. Y todo dicta que mañana, como el azabache, habremos estado vivos algún día. Y si hoy ese nosotros vive con pasión ardiente, no somos quienes para impedirlo. 

¿Seguirás pensando en mis palabras cuando un mar de azabache nos separe?

jueves, 24 de septiembre de 2015

Carreras muertas

Retomo mi tendencia sartriana a tan solo unos meses de arraigar mi vida a una naturaleza indudablemente muerta, porque es eso lo que dicen de las Humanidades, ¿no? Que no son más que carreras muertas. Que al ahora no le interesan.
La disyuntiva es la peor de las situaciones para un sartriano o más bien platónicosofistasartriano, como es mi caso. ¿Qué hacer cuando, tras evitar el porvenir durante dos años esencialistamente dubitativos, el futuro es mañana, y el mañana casi es hoy? Muchos comentan —mi razón oxidada entre ellos— la importancia del papel que las salidas laborales juegan en el proceso eliminatorio, mi Quienquiereserelreydeespaña particular. No obstante, ¿qué hay de lo que yo quiero? ¿Y de lo que yo soy? Y, lo más importante, ¿qué hay de lo que quiero ser?
A veces siento que me pongo pesadita con este tema, pero es que me toca mucho la moral —demasiado, teniendo en cuenta que, me gusta o no, tengo doble dosis establecida de serie—. La sociedad busca crear profesionales de la programación, la informática y los números, todo ello sin otorgar la más mínima importancia al origen de todos estos saberes, naturalmente. Y  nosotros, quienes deseamos conocerlo y darlo a conocer, somos más y más desprestigiados cada día que pasa.
Supongamos que finalmente me decido por estudiar una Filología, o Filosofía, o cualquiera de estas carreras muertas. En el mejor de los casos, egoístamente hablando, encontraría trabajo no mucho tiempo después de terminar los estudios de Grado. Sería profesora de academia, en un instituto o en la facultad; me especializaría en una rama concreta del área de estudio y procuraría hacer un doctorado. Pongamos que lo consigo Y luego, ¿qué? Nadie querría darme la oportunidad de progresar, de llegar más lejos, y aunque la tuviera, el factor –suerte- siempre se superpone al marco de circunstancias. En otras palabras: me vería acotada a lo largo de mi vida laboral. Todo esto sin contar a mis otros  hipotéticos cientos de compañeros. Muy probablemente la mayoría estarían haciendo cola en las oficinas del INEM (o el SEPE, mejor dicho).
Ninguno de ellos se lo merecería. Ninguno de los millones de personas que estudiaron en su día una carrera muerta y que ahora está en el paro se lo merece, porque ellos sólo persiguieron aquello que les hacía felices. No es justo que las tendencias de la sociedad actual sean la causa directa de que estas personas no lo sean. Personas inteligentes que, por impensable que para algunos resulte, no desperdiciaron su inteligencia por seguir el camino que les correspondía.
Soy una persona de letras, y esto no acaba aquí; no termina este último año en Belmonte. Soy una chica de letras y además quiero seguir siéndolo. ¿Por qué tendría que resignarme a convertirme en algo que no quiero?


sábado, 19 de septiembre de 2015

Aspereza de corazón

Llevaba mucho tiempo intentando engañarme a mí misma repitiéndome mil millares de veces en voz alta delante del espejo que te había olvidado. Y fui todo lo estúpida que había que ser para no darse cuenta de que ese mismo hecho, el de haber tomado la determinación de olvidarte y hacerlo, por tanto, conscientemente era precisamente lo que te traía de vuelta.

No hay más ciego que el que no quiere ver, y ahora me pregunto cómo pude estar tan ciega, cómo pude no querer darme cuenta de que seguir ese camino, ese círculo vicioso, sólo me traía aspereza de corazón. Que la solución más simple, la clave, el kit de la cuestión, estaba en aceptar y seguir adelante. Jamás nos reiríamos del mundo juntos a lo Gala y Dalí, sino que, más bien, yo sería aquel desdichado Lorca que pensaba a su amor una y otra vez desde las sombras de unos versos que tal vez él no merecía. Soñando con desintegrarse en una brisa de verano para así rozar su piel.

Entonces vi lo único que yo añoraba de todo aquello, de que lo que realmente buscaba detrás de aquel antes era un simple después. Y así comencé a caminar otra vez entre la bruma hasta encontrar el sendero del que me había extraviado. 

martes, 15 de septiembre de 2015

El fantasma de la PAEG

Hace mucho que no escribo nada acerca de ti. Al menos no de forma directa, como hacía un par de años atrás. Pero hoy la ocasión lo merece, porque al fin ha llegado ese día que me trajo el resto con cuentagotas, exasperantemente despacio. Y porque te lo debo, o más bien os lo debo: a ti y a la Esther de cuarto de ESO, aquella que tantas palabras te dedicó. 
Hoy yo, la persona que se ha formado y ha llegado a ser quien es desde entonces, volveré a crear literatura para vosotros. Y al fin lo digo sin entrecomillarlo pues la producción encaja en los parámetros de la definición de dicho vocablo. Lo de su calidad ya es otra historia. En cualquier caso, algún día encontraré mis máximos y tendré el valor de superarlos. 
Esta mañana, no voy a negarlo, estaba nerviosa, impaciente, quizá un poco inquieta por aquello de lo cual hemos hablado largo y tendido sobre cumplir o no espectativas: tú las mías y yo las tuyas. Quién sabe si, después de todo, no brillo tanto como sueles decir y en lugar de retumbar, la fuerza de mis pisadas suene como porcelana resquebrajándose al impactar contra un suelo de cristal. Pero ante todo no podía —ni puedo— evitar estar contenta, sonreír. Fue demasiado tiempo tachando días en el calendario.  
Tienes razón, resulta que al final todo llega. Aunque lo hayamos contado en años, en meses, en días...  llegaron los minutos. Y ahora que te he visto cruzar esa puerta del pasillo de la cueva y sentarte frente a mí y otros tantos jóvenes asustados por el fantasma de la PAEG, el asunto ha cambiado de nivel. Ahora no es más que cuestión de esfuerzo, ganas, trabajo, constancia y dedicación. 
Espero que el tiempo que vamos a compartir este año cumpla para ambos, con lo que cada uno espera del otro. Y que, cuando este finalice, no te olvides de mí, Johnny. Yo no podría olvidarte ni aunque quisiera. 


sábado, 12 de septiembre de 2015

Born to die

El metrónomo del estante dicta un compás callado. El tiempo pausado recicla su curso y dibuja en el pavimento de la calle miradas de soslayo y letras desordenadas, sin sentido alguno, mientras la lluvia seca succiona el agua de los charcos y echa los suspiros a un lado.
Los principios de los finales son lo más extraño que se puede experimentar. Lejos de lo que viene, pero mucho más de lo que se va. La inquietud presiona la tráquea; los alfileres que las mariposas tienen por patas formulan los nervios y se clavan en la parte baja del vientre;  y los ojos deshidratados se entornan precediendo el llanto. Como al estar decenas de metros por encima del suelo a punto de caer, aun sabiendo que abajo un colchón de agua aguarda para amortiguar la caída. El impulso de asomarse solo un poquito más a la ventana cuando se tiene ya medio cuerpo fuera. Temerario. Palpable y a la vez irreal.
A veces pienso en lo increíblemente rápido que pasa el tiempo, y como su curso erosiona lo que tenemos por real, y me siento infinitamente pequeña. Cuando era una niña escribía cuentos sobre la importancia de la amistad, que más tarde fueron seguidos de las desgarradas composiciones de mi adolescencia, todo para terminar ambientando historias en etapas difíciles. Siempre con la contradicción de las dos Alemanias y, en la cabeza, su muro de Berlín. Siempre a punto de desmembrarme por intentar alcanzar ambos extremos de la calle aunque a fin de cuentas uno de los dos termine ganando irremediablemente. Quizá sea eso precisamente lo que me impide divagar y me hace ser yo misma.
Ahora, teniendo las idea tan claras como en este momento me es posible, siento mi pasado, lo que hasta ahora he llamado mi vida, detenerse en mitad de la calzada. Y me tienta una y otra vez para que vuelva en su busca. Pero yo sé que no es posible regresar para después volver a partir y además pretender llevarme todo conmigo. No. Ya no. Tengo un pie en mi nueva vida, y nadie sabe cómo deseo afrontar todo cuanto en ella me espere.


martes, 8 de septiembre de 2015

Acotados, lejos de nuestras metas... Solo porque es lo que buscan los de arriba.

Si realmente se quiere ir más allá, llegar lejos, dejar de ser un mero aficionado y alcanzar la maestría en cualquier arte vital, es necesario sobrepasar todos los límites que pretendan frenarnos. No queda otra. Romper con todo, con las inseguridades, jugar a ganar y ser fuerte. Incluso acabar con las barreras físicas del cuerpo y la mente. 
Alguien me dijo una vez que mi única obligación como persona racional y libre es llegar a ser lo que quiera ser, siempre y cuando mis elecciones no perjudiquen a terceros. Quizá sea por lo que aquella persona representaba para mí, no lo sé, pero sus palabras se quedaron grabadas a fuego en mi conciencia y, desde entonces, trato rigurosamente de cumplir la promesa que me hice de ser yo misma y luchar por mis sueños hasta cumplirlos. 
Lo tenía todo previsto. Apostaría todo lo que tengo a una sola baza y dejaría de agarrarme a la probabilidad, al miedo estadístico, al resguardo... Y olvidé que la única máxima que siempre, SIEMPRE, se cumple es que si los planes pueden torcerse, ocurrirá. Y es que en esta vida las cosas nunca salen exactamente como uno quiere. 
Sin embargo, ¿para qué engañarnos? Esta vez podría haber sucedido lo contrario. Mi futuro próximo estaba en mis manos. Podía tocarlo  y saborearlo, podía dejarme llevar por él, caer en sus garras para siempre —de muy buena gana— y no dejarlo escapar nunca más. No obstante el Yo soy yo y mi circunstancia que dictó el gran Ortega y Gasset también es una máxima que se hace efecto indiscutiblemente. Yo soy yo: Esther. Pero no sólo soy Esther; soy Esther, que vive en un pueblo perdido de la mancha conquense, donde probablemente haya más gatos callejeros que habitantes, el cual no tiene más comunicación con el mundo exterior que los vehículos privados de cada familia —eso y la imaginación, para quien la tenga—, además de otras cargas personales que no vienen al caso. Y esa circunstancia —la mía— sumada al hecho de que los tiempos cambian y los gobernantes han decidido que es hora de aplacar los cambios y la divagación de ideas de una vez, han convertido mi futuro, como un mero tiempo verbal, en condición. Ningún gobierno debería tener el poder de condicionar nuestras metas. 
Por suerte o por desgracia, yo me siento atraída por las humanidades en la teoría y la práctica. Pero, por supuesto, esa no es la práctica que ellos desean. Necesitan personas preparadas para programar, planificar... cosas que, como ya he dicho, no suelen salir exactamente como dicta nuestra voluntad... Y aquí estoy yo: alejada de mi historia, de mis artes, de mis sueños, solo por lo que mi naturaleza magnética ha elegido por mí.Pero, ¿qué estoy diciendo? Yo he decidido tomar el camino que me llama en lugar de seguir las directrices de cualquier otro sujeto ajeno a mí, por mucho que este pueda hacer o deshacer a mi alrededor. Si mi mente artística fuera científica, matemática, calculadora... otro gallo cantaría, como ya he podido comprobar.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Susurros, delirios, sonrisas y lágrimas de una tarde de lluvia

Borbotones de agua fluyen tras los cristales, discurren rumbo al final de la calle aprovechando la cuesta abajo. Como un río que susurra eternamente, sin decir palabra alguna porque de tanto rogar que alguien le escuchara, se quedó sin voz y sin aliento. Pero yo sé que en realidad, cansado de esperar, ha olvidado su mensaje. Quién fuera poeta, de los de verdad, para sonreír cuando vinieran días de lluvia.

Quién fuera tinta de pluma, pentagrama de músico o lienzo de pintor para quedar plasmada en algún lugar. Para poder aferrarme a algo sólido, o consistente, en lugar de evaporarme, como ya estoy haciendo. Porque en la eterna disyuntiva ser huella o dejar huella, creo que prefiero la primera, puesto a que la segunda está cargada de silencio contenido que el artista tuvo que plasmar en algún lugar para evitar ahogarse. Como yo misma se siento ahora, que tengo las manos manchadas de ausencia.

Pero en toda mala racha siempre es posible agarrar un vaso y medio llenarlo con pedacitos de esperanza. Así que, si ese fluido azul que impregna mi piel resulta haberse convertido en la mayor de las inspiraciones, no es mala idea exprimirlo antes de que se seque. Como le pasó a aquel onírico William Shakespeare, quien era dueño de su obra hasta que se enamoró y el amor le secó el corazón.

Ojalá fuera posible amar sin fronteras al fuego, dejarme abrasar por sus llamas sin miedo y sin que ningún vendaval me llevase. Porque tú siempre fuiste eso: un huracán de tiempo y palabras que me desconcierta y no me dejará dormir hasta que te encuentre. Hasta que el recuerdo de Bach cese su música y deje paso a nuevos compositores en mi mente. Primero me enamoraron sus inventos —concretamente el número 13, y siempre en La menor—. Quién sabe lo que podrá hacer más adelante.


Mañana escribiré todas estas palabras en algún lugar. Ahora las dejaré dormir en un cajón. 

domingo, 6 de septiembre de 2015

Pero el día treinta fue mi día D

Pero el día treinta
fue mi Día D. 
Creía que podría hacerlo, 
que lo estaba superando, 
y en un abrir y cerrar de ojos 
me derrumbé 
al ver tu fotografía.  
Esa que miro cada mañana 
en el corcho de mi habitación 
y en el fondo de pantalla de mi móvil, 
y que nunca pude quitar
porque no me siento preparada. 
Pero sí lo suficientemente frágil 
para romper a llorar,
a pesar de aquellas veintinueve noches
de tortura y de silencio. 
Esta vez fue diferente.

Habían pasado trescientas sesenta y cinco más 
desde aquella en la que te conocí 
en todos tus aspectos. 
En lo más profundo de tu paganismo.
Aquella madrugada pasó 
como la fragilidad de un suspiro
que atraviesa una sonrisa
con la suavidad del algodón.
Como una leve caricia de tu boca.
No podía parar de sonreír.

No podía, ni siquiera 
cuando tu mirada pícara
me atravesaba. 
Se me clavó en el pecho 
con la fuerza de mil alfileres
que más tarde 
resultaron ser ardientes dagas.
Llameantes, como el fuego de tus labios,
que devoraba mi sangre
y mi esencia
hasta la última gota del amanecer.

En el horizonte se perdieron nuestros días
sin dejar rastro,
sin dejarme  agarrar tu mano
por última vez.
Ni cruzar corriendo la plaza 
para abrazarte bajo la sombra
de aquella estatua de papel. 

Y así es como fue todo:
suave, sangrante y tan débil
como las mil promesas
que jamás cumpliste.
Y que yo nunca olvidaré.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Todos los cuentos en los que me hizo creer mi hada madrina

Dichosas son las almas  confundidas 
que de tanto amar pierden 
la capacidad de responder a cualquier estímulo 
siempre y cuando este indique peligro. 
Sin embargo, cuando estas actúan, saben
que no hay vuelta atrás. 
Que no hay lugar para disculpas 
ni confines en el mundo donde refugiarse. 
Y entonces corren a los brazos de la literatura 
para zambullirse en otros universos, 
o crear su mundo ideal, 
sin dejar por completo la realidad.
Yo por —mala, o buena— suerte 
soy una de ellas.

Quisiera volar a Nunca Jamás, 
olvidar a qué sabían tus besos de cristal, 
rociarme con polvo de hada 
y no hacerme mayor jamás. 
Quizá así no recordaría 
que, aunque ya sea una mujercita, 
siempre me llamarías tu niña.  

Ojalá fuera tan fácil como tocar una aguja
y dormir años y más años. 
Hasta que volvieras a por mí. 
Pero ya es demasiado tarde
para poder despertar; 
el reloj marcó las doce hace dos horas, 
y el veneno de la manzana
ha calado mis huesos.

Quizá el viento se haya cansado de llorar colores 
y el mar ya no resguarde tesoros olvidados. 
Los candelabros se han apagado 
y nuestra canción yace dormida 
en el último pétalo de la rosa. 
Pero las páginas impregnadas de tinta y lágrimas 
no dejan de latir, 
y me hacen sentir tan pequeña y estúpida…

Después de cada final 
se encuentra un nuevo principio, 
y puedo releer todas esas historias 
una y otra vez. 
Aunque estén pasadas de fecha. 

Y así el Rey Loco
seguirá soñando con volar. 


Claro de luna

Ya no hay luces,
ni sombras ni silencio
desde que te fuiste. 
Sé que acostumbrarme a  tu ausencia
es solo cuestión 
de atardeceres y madrugadas 
lejos de ti.

Pero, aunque a penas estuviéramos cerca,
nunca me faltó tu calor en las noches,
cuando no era el frío quien me helaba. 
Sino la soledad.
Porque, aunque no existen días sin sol,
sí hay noches sin luna. 

Porque estaba cansada
de perseguir la inspiración 
en antiguos cuentos de hadas olvidados. 
Y entonces llegaste tú 
para empujarme a crear belleza en mis odas, 
o las tuyas, 
porque siempre estuvieron 
dedicadas a tu rostro. 

Porque nunca creí en la prosa poética, 
y ahora aquí me tienes convirtiendo líneas 
que pretendían ser hermosas
en un poema para ti.
Incluso ahora.
Cuando nuestra historia 
se halla sumida en un profundo sueño
que no sé siquiera si tendrá fin.

Y aunque todo cambia,
o mejor dicho, evoluciona
—incluidos nosotros—, los corazones, 
aun estando rotos,  
siguen siendo los mismos. 
Todos tenemos un sueño
que culmina en la felicidad. 
Yo deseo ser feliz, 
y también que tú lo seas. 

viernes, 4 de septiembre de 2015

Corazones de tiempo, tinta y papel

No funcionó. 
Hacía meses que no pensaba en ti. 
Tu risa se había marchitado en mis tímpanos, 
tu mirada cálida luchaba por apartarse de mí
y tu voz susurrante calló para siempre 
ahogando todas aquellas palabras de amor.

Sabía que de nada servía agarrarse 
a ningún clavo del pasado,
ni arrojarse al tren de la disculpa, 
pasada la Estación de las Últimas Oportunidades
porque, en el fondo, sabía 
que ya te habías ido. 
Y yo también. 

Pero un día mi corazón de telarañas y tinta
despertó buscándote de madrugada. 
Y supe que haría lo que hiciera falta
para llegar hasta ti. 
Y que todo volvería a tener
el sabor agridulce de tus labios.
Y, otra vez, me equivocaba. 
Y otra vez, me obligué a ignorar las estrellas. 

Hasta hoy que, cansada de oler amapolas, 
busqué aquella fotografía
olvidada en un cajón. 
Y observé que el tiempo 
aún no nos ha perdonado.
Y esa tal vez sea la cuestión;
que tú y yo, y nuestros corazones
no seamos más
que cuestión de tiempo,
tinta 
y papel. 

sábado, 29 de agosto de 2015

El grupo de Marco

Llego tarde. Es lo único en lo que puedo pensar. Las calles están desiertas, hace frío, se escucha el viento como principal armonía y de fondo, como acompañamiento, el compás del rock de los ochenta retumbando en las esquinas.
Al llegar a la Plaza Mayor un par de crias me miran con mal gesto. A ninguna les atrae la idea de entrar al concierto por la simple razón de que allí no llamarían la atención debido al volúmen de la música.
Desde la puerta de entrada se ve el pelo rubio del bajista moverse con la rabia propia del ritmo. Detrás del teclado hay una mata de pelo moreno ondulada, encrespada, enmarañada... Como el suyo. El miedo me puede y dudo dos veces si entrar.  Pero me armo de valor, y el espejismo se desvanece. Ya puedo disfrutar de la noche, de la música, el frío y Alice Cooper. Otra vez. Aunque todo este mundo sigue recordándomelo.

lunes, 17 de agosto de 2015

Y a este, amigo, llamaste nuestro final

Conoces de sobra la energía que fluye a tu alrededor, y crees tanto como yo en los universos cíclicos; en los bucles temporales que confunden hasta los puntos cardinales. Una vez más ves tu sombra triunfal regodearse por las esquinas, elevas la cabeza sobre cada hombro y olvidas el lado negativo del éxito. Me alegro, te lo prometo, me alegro mucho por ti. Pero no por olvidar y entornar los ojos para crear un mundo borroso desaparece la realidad. Te deseo suerte el día que el bucle te los abra de nuevo. 

martes, 11 de agosto de 2015

La refranera

Había sangre en el suelo, en las esquinas, en las paredes. Las verjas tiemblan de calor y vida, y en los cristales se reflejan girasoles acurrucados y somnolientos. 
Cuatro palomas cruzan el cielo de las doce en punto y a lo lejos se escucha a un árbol cantar. Se cierran las puertas de las casas modernamente refrigeradas, y los rayos del sol retumban en los tejados de las casas antiguas.
El mundo gira y ya no existen más balcones flotantes. Sobre la tierra se evaporan los sauces y en mi cabeza se arremolinan los pensamientos paganos. Y nada deja de girar.

miércoles, 15 de julio de 2015

Acto cuarto

El sonido de unos pequeños pies correteando por la acera recuerda a la lejana infancia. A la inocencia. Por la carretera un coche negro como el carbón le pita a un señor que cruza el paso de cebra corriendo en el último instante, cuando su semáforo ha cambiado a rojo. Rojo como la sangre y el dolor de las rodillas rasgadas. Cuántas veces me riñeron por correr en las aceras de la avenida...
Muchas son las noches que han pasado desde entonces. El mundo me grita que me aparte del pasado, que ya huele a azufre y tierra mojada. Me dicen que sea fuerte, que en eso consiste todo. Que olvide el escenario de una vez y que eche mano del telón. Pero detesto pensar en ti como un ejercicio de resistencia.
Las obras de García Lorca fueron escritas en el pasado. Eso no quita que nosotros lo devolvamos a la vida con nuestras representaciones.

sábado, 11 de julio de 2015

Carlota

La tierra mojada tiene un olor irresistible. Más que irresistible. Una niña de cabello rubio que está sentada a mi lado agarra un puñado y se lo mete a la boca. Con una gran sonrisa me ofrece el apetitoso manjar <<¿quieres un poco?>>. Sus mejillas sonrosadas contrastan con la palidez de su rostro. Los ojos color caramelo son cálidos y le portan un aire infantil que la hace parecer más joven de lo que seguramente sea en realidad.

Su vestido blanco de volantes  está manchado por la hierba y el barro, al igual que el área de piel que rodea su boca. <<¿Quieres un poco?>> Me repite. Mojo entonces la punta de los dedos en el terreno arcilloso y chupo la tierra tímidamente. <<¡Es increíble! ¡Sabe a chocolate!>> exclamo. <<¿Ves? Algunas cosas no son lo que parecen>> me responde la niña. 

jueves, 9 de julio de 2015

La rueda

En el bosque se siente girar la rueda del tiempo. Avanzan las noches acabando con los días, marchitando las flores silvestres y los juncos que crecen a los pies del arroyo. Las estrellas queman el cielo inmenso, tratando de hacerle la competencia al sol. La luna, sin embargo, no es a ellas a quienes observa.
Hay hombres en mitad del claro. Su pelo, su barba, cada vez más largos y canosos. Sus ojos tristes lloran pidiendo a gritos ayuda. Que alguien detenga el compás. Sus manos arrugadas sostienen sus cabezas agachadas, sus piernas cansadas, desgastadas por los años, se entrelazan y tiemblan, y sus corazones rotos no dejan de sangrar tinta y aceite.
De repente uno de ellos se levanta dispuesto a socorrer a sus compañeros, a hacerle frente a rueda terrible. Así deben ser todos los hombres valientes. Agarra la manivela y lucha con los engranajes. Suda, llora; pero nada de eso le importa porque, a fin de cuentas, logra tornar su sentido de giro.
Su pelo, su barba, menguan en longitud y recuperan el castaño que un día debieron tener. Sus ojos grises irradiar de nuevo el perdido calor juvenil. Las flores vuelven a ser erguidas, el agua fluye rumbo a la montaña, olvidando su desembocadura, y se congela. Estrellas antiguas reaparecen, y la luna se reencuentra con su sol.
Los hombres ya no están tristes. Con sus manos tersas acarician la hierba, saltan el fuego con sus fuertes piernas. Ríen.
Ríen, y la rueda los castiga deteniendo el rebobinado del tiempo. En cuestión de instantes la palidez vuelve a sus rostros y las arrugas corrompen otra vez su piel. Sin embargo, ninguno de ellos llora. No. Ahora sonríen, porque han tenido valor para regresar. Por recuperar la emoción adolescente que los alejaba del peligro y el miedo. Y nunca, nunca más olvidarán vivir con cada latido. 

lunes, 22 de junio de 2015

Las puertas del tiempo

Noté en su voz cierto deje derechista que me estremeció. El tiempo lo empujó hacia el centro, la socialdemocracia, y luego me confundió. Aquella relación amor-odio con el liberalismo bailaba atractivamente tras sus palabras sospechosamente sosegadas. Tanto adverbio me llena la cabeza de paja matizante... 

El calor es asfixiante cuando, después de una semana, subo la escalera. Las paredes serán pintadas en poco tiempo. Vendrá bien para tapar las manchas de todo el año, y no solo hablo de las físicas. Pero en este pasillo todo es ladrillo, así que el cambio no afectará. El cambio... Mi frase en La Ola. El panfleto de Ciudadanos en mi libro de Economía desde hace meses. Es increíble cómo una palabra puede llegar a significar tanto a la vez. 
La Ola... Tantos recreos sacrificados por elaborar el guion, repartir papeles, ensayar y filmar. Tantas discusiones y acuerdos imprescindibles para sacar tres segundos de rodaje adelante. Sin embargo en el mundo del cine tres segundos lo son todo, porque en cada uno se puede cimentar o destruir un mundo. Eso nos lo enseñó Dee Dee y desde entonces una lo lleva grabado a fuego y lo cumple como una especie de dogma. Por ello la culpabilidad me invade cuando no adopto la filosofía cinematográfica y dejo el tiempo pasar sin construir realidades a cada segundo. 

El departamento de Historia está cerrado con llave, como un cofre del tesoro. El de Física y Naturales tiene la puerta abierta de par en par, pero dentro no hay nadie, a diferencia del de Matemáticas: entornado y ocupado, y de los de Inglés y Lengua no merece la pena hablar. Continúo caminando hasta el final del pasillo y me encuentro de frente con la última puerta. <<FILOSOFÍA>>. Las letras del cartel permanecen estáticas desde que este fue colocado sin importar cuántos años y cuántas personas han pasado y pasarán por allí. Fijas e inamovibles al tiempo. Tomo valor y la cantidad de aire justa para abastecer mis pulmones ardientes. Valor, Esther. Una vez aquí los arrepentimientos no tienen lugar. Y al fin llamo a la puerta...

jueves, 28 de mayo de 2015

Red Bull y ginebra

Sublevación y oídos sordos, y dejar el resto de cosas pasar.  Porque cuando pasen no serán más que pasado. 
La liberación no es simplemente suficiente, sino el mínimo exigible a la osadía de enfrentarse a los propios fantasmas. Y también percatarse de la ventaja en cuanto a madurez, humanidad y coherencia existentes en comparación a ellos, por mucho que las comparaciones sean odiosas.
Seré todo lo que dicen: un tapón irrisorio con voz de pito y vista de topo. Pero yo no necesito arrastrar la moral de los demás por los suelos para sentirme viva. ¿Por qué? Porque, por suerte o por desgracia, tengo doble dosis de moral asignada de serie, porque veo cosas que ni siquiera están al alcance de su imaginación, a pesar de todos mis defectos. Porque he aprendido a cargar con ellos y tengo muy claro cuál es el lugar que me corresponde: aquel hasta el que quieran llevarme mi esfuerzo y mi constancia.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Murmullos emergentes

Esta mañana salí del aula en hora lectiva para refrescarme y ahuyentar la náusea matutina, por ligeramente que fuera, producto del olor a recocido típico del miércoles a tercera, después de dos clases con unos treinta y dos asistentes. Alcanzado el pasillo empecé repentinamente a respirar mejor. La pastosidad de garganta y estómago casi habían desaparecido. 
Las puertas del resto de aulas estaban abiertas (imagino que con el mismo propósito de ventilar, bien fuese por la anterior hora de Educación Física o por el hedor propio de la secreción hormonal juvenil). Se oían murmullos emergentes de cada habitación: un chillido, un par de risas simultáneas, un libro cayendo... Pero de entre todas, como ocurría allí arriba, se escucha la voz de Johnny rompiendo los esquemas del barullo, pues su pausa y su profundidad irrumpen en el alboroto como los segundos en las horas, marcando un cierto compás en la inmensidad. 
Ya hace un año (y digo ya como podría decir todavía, porque el paso del tiempo ha sido tan inmediato como lento) que dejé, salvo en casos puntuales, de escribir a lo imposible. Recuerdo lo bonito e increíblemente fácil que era. También es bonito volver a escuchar ahora las canciones que me recuerdan a aquella época, a aquellas personas que han tomado cierta distancia por circunstancias de la vida. Cuando no entendía la relación entre el amor idealizado y Platón. 
Al pasar frente a la última puerta a la izquierda del pasillo, según mi punto de vista, y mirarlo directa e indirectamente al mismo tiempo, sentí la tentación de bajar a Crisálidas, al pasillo en el que se encuentra la Sala Onírica. Lo habría hecho de no ser porque Dativo estaba al final del pasillo, vigilando como un guardián. A cambio pasé al baño y me miré al espejo, dándome cuenta que incluso la versión de mí misma de aquella época se ha alejado de mí, aunque en el fondo nunca me haya abandonado. 
Mis manos, mi pelo, mis ojos son los mismos que entonces, sin embargo es inevitable verme infinitamente distinta, y es porque sin darme cuenta he crecido. Mis conocimientos han aumentado exponencialmente en multitud de ámbitos, todo a cambio de días y noches sin parar de trabajar y esforzarme para conseguirlo. Porque todo tiene un precio, aunque este no esté fijado en unidades monetarias. 

Normalmente no permito que nadie escuche mis canciones en voz alta y en mi compañía. Digo mías porque cuando están vinculadas a mis recuerdos, así lo son. Y es así porque en tales momentos los acordes y las letras destapan mis sentimientos y los dejan fluir por la atmósfera. He de reconocer que, incluso llegados a este punto, me da cierto reparo que cualquier persona pueda acceder a ellos. 
En cambio, en la excursión al prado me levanté de mi asiento y llevé el auricular de mi móvil hasta la oreja de Johnny para que escucháramos Los Ramones juntos. Tiempo atrás le mostraba a Dee Dee grabaciones de mis ligeros progresos con la guitarra y compartíamos grupos y canciones. 
Ahora me apetece desenchufar los cascos y escuchar las canciones del pasado en voz alta. Y volver a su presencia. 

lunes, 25 de mayo de 2015

Monotonía de ver la vida pasar

Cada mañana me pregunto si es natural que a mis diecisiete años el vacío de mi mente y la tristeza de mi espíritu rocen lo trascendental. Porque esta torturada no soy yo. Porque no me reconozco al volver a casa. Me miro al espejo y me encuentro desfigurada.
Trago sin ganas, porque todo me sabe a humo y pólvora. Me encierro en la monótona estadística; me escondo en la obra cervantina;  me refugio entre las mantas, en los versos de García Lorca y en los cuadros de Dalí. Sueño que desaparezco y solo al hallarme  sola con mis pensamientos, sin terceros, ni luz, ni vida, me siento libre.
Bajo el agua araño mi piel con gel y esponja para arrancarme los malos sentimientos, ahogar la negatividad y normalizar mis rarezas, quedando limpia, común, tolerable para el mundo. Cierro la puerta con llave y cerrojos a fin de que no entre la soledad, que rechaza toda compañía salvo la mía. Déjame tranquila.
En el infierno no conceden licencias: hablar, reír, llorar, sentir… Vivir ¿Qué es vivir, si nada está permitido? Precisamente eso: nada. 

lunes, 4 de mayo de 2015

La danza

Hay momentos en los que una llora aun habiéndose prometido lo contrario, y otros que se fuerza a ello tan solo por seguir sintiendo algo. Alguien me dijo una vez que se puede vivir sin las ganas de reír, pero no sin las ganas de llorar. Quizá después de haber dejado el umbral del dolor en el olvido, sea lo único que nos queda para sentir algo de humanidad y, sin ellas, simplemente dejamos de pensar que esto va con nosotros. Pero esto es solo una reflexión aparte que nada tiene que ver con el tema de esta entrada. 

Pensándolo bien, en verdad sí existe un punto de acuerdo con el anterior párrafo, concretamente con eso de prometerse no llorar. Y es que desde el principio tuve claro que al volver a escuchar las castañuelas fuera de casa, la dulzaina atronando el murmullo de la gente y la respuesta del tambor, la nostalgia se apoderaría de mí. Sin embargo el viernes de víspera, cuando me peinaba frente al espejo, vestida de negro esta vez, me prometí que aguantaría al menos hasta el momento de los dichos, en el que Tresjuncos entero se emociona y llora uniendo sus voces en los "vivas" al Cristo del Pozo. La licencia se extendería al día siguiente por la tarde, cuando el Cristo fuera devuelto a la iglesia acompañado del himno nacional (detalle que, por otra parte, no dejaría de representar cierto matiz franquista, de no ser porque hace poco volvieron a poner a las andas sus cintas rojas), el cual está cargado de despedidas, y en él todos los años acabo nadando en mares de lágrimas. 
Como decía mi propio permiso estaba acotado y reservado en exclusiva a dichos actos (con ciertas permisiones puntuales). No obstante, por suerte o por desgracia, soy experta en saltarme a la torera normas de este tipo sin mayor trascendencia.  
Ese mismo día Paula llamó vino a buscarme a casa para bajar juntas a la placeta desde donde las danzantas bajan a la iglesia. Comentamos un total de seiscientas veces lo diferente que era todo desde nuestra nueva perspectiva como espectadoras, saludamos a un par de amigos e hicimos fotos varias. Hasta entonces la "polvorilla" de mi estómago era una bestia controlable y dulcemente dormida. Hasta que de repente nos encontramos con la que había sido nuestra primera profesora, la que nos lo enseñó todo acerca de la danza, quien nos midió durante años para asignarnos el puesto en las filas que nos correspondía, la que me consoló cuando tanto Lalu como Paula y algunas de las chicas más pequeñas habían crecido y yo seguía igual (lo que me hizo retroceder y me quitó el sueño de llegar a guiar las filas algún día). Aquella que tuvo que retirarse de esta especial enseñanza cuando la edad la dejó sin fuerzas para continuar con su labor, se acercó a nosotras ayudada por el andado y nos dijo que la abrazáramos, que nos quiere mucho y que sabía lo duros que iban a ser momentos como aquel (lloré entonces y lloro hora al recordarlo). 
Después llegó la salida. Esas primeras corcheas que nos destrozaron a las dos mientras bajábamos la calle como dos personas más, camufladas entre la multitud acostumbrada a pasar desapercibida durante las fiestas. 
Le siguieron el Cordón, Palos a la Zamarra, el Cruzado, los Rusos, la Jota, el Arao'... y hasta el Pájaro, además de los dichos, la procesión y el día en Triana. Los detalles me los ahorro porque imagino que se ha captado la idea general. 
Ahora que miro atrás y recuerdo cuánto me quejé de aquel cansancio, valoro lo que el dormir poco y el bailar mucho suponían. "La esperanza de muchos, la mayor alegría". Realmente una danzanta no ve el momento de colgar las enaguas y guardar las castañuelas, pero todas tenemos que crecer y dejar paso a las de atrás, como ya hicieron muchas, y como las que hoy todavía conservan en la cara la redondez infantil harán algún día. Hoy miro los centenares de fotos que conservo de aquella época mágica, y puedo asegurar que por el momento ha sido la experiencia más especial de mi vida. Es un honor haber formado parte de esta historia y seguir haciéndolo a día de hoy, aunque en los archivos de la danza figure como parte del pasado.

miércoles, 29 de abril de 2015

30 de abril

Quizá por mucho tiempo que pase está escrito que no entienda ciertos aspectos sobre ti y tus reacciones. De tu mirada fría y distante cuando estoy helada, de tus manos provocadoras. Y puede que tan escrito esté esto como que lo premedites todo. Como que desaparezcas o quieras castigarme con tu presencia acusadora que sabes que me mata de setecientas noventa y dos formas distintas. Una por cada día que nos conocemos. 
¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora? Porque tal vez algún día regreses a este punto (.) y te apetezca entender mis inquietudes. Por si acaso, solo por si acaso, deberían no borrarse de mi mente, que en este momento necesita de tus consejos más que cualquier cosa imaginable. 
Mañana me examino por penúltima vez, según lo acordado, de Historia del Mundo Contemporáneo. Al amanecer tendré que volver a obligarme a seguir con mi vida en nuestra peculiar relación amor-odio, pase o deje de pasar. Pero esta noche puedo permitirme sumergirme en mis locuras hasta que el sueño pueda conmigo y me derribe contra la almohada. Vacía, sola y eufórica. 

domingo, 12 de abril de 2015

Palabras

Solía pensar que uno es dueño de sus palabras independientemente de dónde se encuentre. En qué momento, en qué lugar, ¿qué importa? En manos de uno mismo se encuentra la posibilidad de liberarlas con solo entreabrir los labios, o encerrarlas para siempre en el aire contenido de su garganta. 
Estaba convencida de que las palabras son plásticas, capaces de moldearse y erosionar o recomponer corazones según sean empleadas por su creador. Porque no hay dos iguales. Porque, como todo, dependen. De la dureza, la sensibilidad, el marco externo y, sobre todo, de los labios que las formulen o las manos capaces de escribirlas. 
Creía que entre toda la relatividad que nos rodea aún existían leyes universales capaces de abordarlas. Que servían para salir del paso en cualquier situación; que eran suficiente. 
Sin embargo todas mis teorías se desvanecieron al encontrarme bajo el dominio de tu presencia. No saber qué decir, no saber caminar, ni reaccionar de ninguna otra forma que abrirme paso entre la gente hasta alcanzarte. Ni siquiera pude pronunciar tu nombre, y eso me hizo sentir impotente. Pero solo con tocarte, abrazarte y quedar inmóvil, supe que toda palabra podía obviarse en ese momento. Cuando lo único que oía eran tu respiración y tu calor protegiéndome del frío. Cuando me sentí renacer, después de todos los golpes del mundo.