lunes, 12 de octubre de 2015

Mar de azabache

Parece que hace ya muchos años que no me tropiezo con tu sonrisa, cuando realmente sólo hace un par de días. No tengo ningún derecho a hacerlo, lo sé, sin embargo no puedo evitar sentirme dolida.
Aunque bien visto, tal vez eso sea lo mejor. Hoy los dos estamos aquí, pisando el mismo suelo; bajo el mismo cielo y el mismo techo durante seis horas al día. Pero hoy no durará para siempre. Mañana ambos estaremos lejos, muy lejos de aquí y del otro, a tantos kilómetros de distancia como veces al día pienso en tu nombre sin ni siquiera darme cuenta.
Tal vez lo mejor sea cerrar los ojos y dejar a la mente volar. Con suerte, no regresará a tu flequillo alborotado. Eso haré: intentarlo. Lo intento. Lo estoy intentando. Nada.
No obstante en nuestro entorno flotan sensaciones de forma perpetua, y eso sí que es innegociable: las emociones se sienten o no se sienten y no hay más que hablar. Se sienten fluir entre los dos cuando acaricio tu brazo súbitamente y tú imitas el gesto. Yo sólo quería reírme del mundo contigo y eso debería ser suficiente.
Pese a todo me queda un mínimo consuelo entre nuestros breves instantes: que esa distancia te duele y te dolerá al menos la mitad que a mí. Y eso lo dice todo. Y todo dicta que mañana, como el azabache, habremos estado vivos algún día. Y si hoy ese nosotros vive con pasión ardiente, no somos quienes para impedirlo. 

¿Seguirás pensando en mis palabras cuando un mar de azabache nos separe?

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