Parece que hace ya muchos años
que no me tropiezo con tu sonrisa, cuando realmente sólo hace un par de días.
No tengo ningún derecho a hacerlo, lo sé, sin embargo no puedo evitar sentirme
dolida.
Aunque bien visto, tal vez eso
sea lo mejor. Hoy los dos estamos aquí, pisando el mismo suelo; bajo el mismo
cielo y el mismo techo durante seis horas al día. Pero hoy no durará para
siempre. Mañana ambos estaremos lejos, muy lejos de aquí y del otro, a tantos
kilómetros de distancia como veces al día pienso en tu nombre sin ni siquiera
darme cuenta.
Tal vez lo mejor sea cerrar los
ojos y dejar a la mente volar. Con suerte, no regresará a tu flequillo
alborotado. Eso haré: intentarlo. Lo intento. Lo estoy intentando. Nada.
No obstante en nuestro entorno
flotan sensaciones de forma perpetua, y eso sí que es innegociable: las
emociones se sienten o no se sienten y no hay más que hablar. Se sienten fluir
entre los dos cuando acaricio tu brazo súbitamente y tú imitas el gesto. Yo sólo
quería reírme del mundo contigo y eso debería ser suficiente.
Pese a todo me queda un mínimo consuelo entre nuestros breves instantes: que esa distancia te duele y te dolerá al menos la mitad que a mí. Y eso lo dice todo. Y todo dicta que mañana, como el azabache, habremos estado vivos algún día. Y si hoy ese nosotros vive con pasión ardiente, no somos quienes para impedirlo.
Pese a todo me queda un mínimo consuelo entre nuestros breves instantes: que esa distancia te duele y te dolerá al menos la mitad que a mí. Y eso lo dice todo. Y todo dicta que mañana, como el azabache, habremos estado vivos algún día. Y si hoy ese nosotros vive con pasión ardiente, no somos quienes para impedirlo.
¿Seguirás pensando en mis
palabras cuando un mar de azabache nos separe?
No hay comentarios:
Publicar un comentario