Retomo mi tendencia sartriana a
tan solo unos meses de arraigar mi vida a una naturaleza indudablemente muerta,
porque es eso lo que dicen de las Humanidades, ¿no? Que no son más que carreras
muertas. Que al ahora no le interesan.
La disyuntiva es la peor de las
situaciones para un sartriano o más bien platónicosofistasartriano, como es mi
caso. ¿Qué hacer cuando, tras evitar el porvenir durante dos años
esencialistamente dubitativos, el futuro es mañana, y el mañana casi es hoy?
Muchos comentan —mi razón oxidada entre ellos— la importancia del papel que las
salidas laborales juegan en el proceso eliminatorio, mi Quienquiereserelreydeespaña particular. No obstante, ¿qué hay de lo
que yo quiero? ¿Y de lo que yo soy? Y, lo más importante, ¿qué hay de lo que quiero
ser?
A veces siento que me pongo
pesadita con este tema, pero es que me toca mucho la moral —demasiado, teniendo
en cuenta que, me gusta o no, tengo doble dosis establecida de serie—. La
sociedad busca crear profesionales de la programación, la informática y los
números, todo ello sin otorgar la más mínima importancia al origen de todos estos
saberes, naturalmente. Y nosotros,
quienes deseamos conocerlo y darlo a conocer, somos más y más desprestigiados
cada día que pasa.
Supongamos que finalmente me
decido por estudiar una Filología, o Filosofía, o cualquiera de estas carreras
muertas. En el mejor de los casos, egoístamente hablando, encontraría trabajo
no mucho tiempo después de terminar los estudios de Grado. Sería profesora de
academia, en un instituto o en la facultad; me especializaría en una rama concreta
del área de estudio y procuraría hacer un doctorado. Pongamos que lo consigo Y
luego, ¿qué? Nadie querría darme la oportunidad de progresar, de llegar más
lejos, y aunque la tuviera, el factor –suerte- siempre se superpone al marco de
circunstancias. En otras palabras: me vería acotada a lo largo de mi vida
laboral. Todo esto sin contar a mis otros hipotéticos cientos de compañeros. Muy
probablemente la mayoría estarían haciendo cola en las oficinas del INEM (o el
SEPE, mejor dicho).
Ninguno de ellos se lo merecería.
Ninguno de los millones de personas que estudiaron en su día una carrera muerta y que ahora está en el
paro se lo merece, porque ellos sólo persiguieron aquello que les hacía
felices. No es justo que las tendencias de la sociedad actual sean la causa
directa de que estas personas no lo sean. Personas inteligentes que, por
impensable que para algunos resulte, no desperdiciaron su inteligencia por
seguir el camino que les correspondía.
Soy una persona de letras, y esto
no acaba aquí; no termina este último año en Belmonte. Soy una chica de letras
y además quiero seguir siéndolo. ¿Por qué tendría que resignarme a convertirme
en algo que no quiero?