jueves, 24 de septiembre de 2015

Carreras muertas

Retomo mi tendencia sartriana a tan solo unos meses de arraigar mi vida a una naturaleza indudablemente muerta, porque es eso lo que dicen de las Humanidades, ¿no? Que no son más que carreras muertas. Que al ahora no le interesan.
La disyuntiva es la peor de las situaciones para un sartriano o más bien platónicosofistasartriano, como es mi caso. ¿Qué hacer cuando, tras evitar el porvenir durante dos años esencialistamente dubitativos, el futuro es mañana, y el mañana casi es hoy? Muchos comentan —mi razón oxidada entre ellos— la importancia del papel que las salidas laborales juegan en el proceso eliminatorio, mi Quienquiereserelreydeespaña particular. No obstante, ¿qué hay de lo que yo quiero? ¿Y de lo que yo soy? Y, lo más importante, ¿qué hay de lo que quiero ser?
A veces siento que me pongo pesadita con este tema, pero es que me toca mucho la moral —demasiado, teniendo en cuenta que, me gusta o no, tengo doble dosis establecida de serie—. La sociedad busca crear profesionales de la programación, la informática y los números, todo ello sin otorgar la más mínima importancia al origen de todos estos saberes, naturalmente. Y  nosotros, quienes deseamos conocerlo y darlo a conocer, somos más y más desprestigiados cada día que pasa.
Supongamos que finalmente me decido por estudiar una Filología, o Filosofía, o cualquiera de estas carreras muertas. En el mejor de los casos, egoístamente hablando, encontraría trabajo no mucho tiempo después de terminar los estudios de Grado. Sería profesora de academia, en un instituto o en la facultad; me especializaría en una rama concreta del área de estudio y procuraría hacer un doctorado. Pongamos que lo consigo Y luego, ¿qué? Nadie querría darme la oportunidad de progresar, de llegar más lejos, y aunque la tuviera, el factor –suerte- siempre se superpone al marco de circunstancias. En otras palabras: me vería acotada a lo largo de mi vida laboral. Todo esto sin contar a mis otros  hipotéticos cientos de compañeros. Muy probablemente la mayoría estarían haciendo cola en las oficinas del INEM (o el SEPE, mejor dicho).
Ninguno de ellos se lo merecería. Ninguno de los millones de personas que estudiaron en su día una carrera muerta y que ahora está en el paro se lo merece, porque ellos sólo persiguieron aquello que les hacía felices. No es justo que las tendencias de la sociedad actual sean la causa directa de que estas personas no lo sean. Personas inteligentes que, por impensable que para algunos resulte, no desperdiciaron su inteligencia por seguir el camino que les correspondía.
Soy una persona de letras, y esto no acaba aquí; no termina este último año en Belmonte. Soy una chica de letras y además quiero seguir siéndolo. ¿Por qué tendría que resignarme a convertirme en algo que no quiero?


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