Llevaba mucho tiempo intentando
engañarme a mí misma repitiéndome mil millares de veces en voz alta delante del
espejo que te había olvidado. Y fui todo lo estúpida que había que ser para no
darse cuenta de que ese mismo hecho, el de haber tomado la determinación de
olvidarte y hacerlo, por tanto, conscientemente era precisamente lo que te
traía de vuelta.
No hay más ciego que el que no
quiere ver, y ahora me pregunto cómo pude estar tan ciega, cómo pude no querer
darme cuenta de que seguir ese camino, ese círculo vicioso, sólo me traía aspereza
de corazón. Que la solución más simple, la clave, el kit de la cuestión, estaba
en aceptar y seguir adelante. Jamás nos reiríamos del mundo juntos a lo Gala y
Dalí, sino que, más bien, yo sería aquel desdichado Lorca que pensaba a su amor
una y otra vez desde las sombras de unos versos que tal vez él no merecía.
Soñando con desintegrarse en una brisa de verano para así rozar su piel.
Entonces vi lo único que yo
añoraba de todo aquello, de que lo que realmente buscaba detrás de aquel antes
era un simple después. Y así comencé a caminar otra vez entre la bruma hasta
encontrar el sendero del que me había extraviado.
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