jueves, 13 de julio de 2017

Aquel día se levantó con ganas de escribir

"Vivimos en una sociedad tan pobre que no tenemos nada. Somos tan pobres de espíritu que nuestra única aspiración parece ser arrebatar al prójimo sus derechos humanos". 
Aquel día se levantó con ganas de escribir. 
Una guerra que helaba los huesos se desataba a su alrededor. Se extendía por todas partes a todas horas: bajo el agua ardiendo con que se duchaba, entre sus sábanas, a la hora del desayuno y también de la siesta. Hasta en la mantequilla y los sueños de miel había restos de metralla. 
Tan reales eran esas negras máscaras que aparecían frente a sus ojos todas las noches que casi podía notar el olor a sangre; el olor de tantas sangres diferentes que las habían impregnado. Inocentes o culpables, ¿qué importa?, se preguntaba... La sangre es roja, y huele a material metálico, siempre, y sabe al calor de quienes la perdieron.  El relieve de sus metralletas estaba esculpido en el fondo de su mente al detalle, y también su brillo, su peso y su tacto.
Tantas veces había presenciado aquella escena que se la sabía de memoria, y sabía que ella era la siguiente. Tal vez no hoy, tal vez no mañana. Pero pronto, algún día, la engulliría también el olor a pólvora. Los impactos de bala la harían sonar en un grito sordo por última vez, y a nadie le importaría. Ni siquiera a ella misma, porque ya daba la batalla por perdida. Sabía que no merecía la pena luchar. Porque nadie ahí fuera estaría dispuesto a refugiarla. 
Sabía todo esto, estaba segura, y como ya dije, no le importaba. Porque cuando se pierde todo ya no importa nada. 
Ella sólo tenía ganas de escribir.