viernes, 4 de noviembre de 2016

Sobre Empédocles: teoría de los cuatro elementos y las dos fuerzas

Existe una teoría filosófica que habla de la composición del mundo de una manera un tanto especial. Se suponen los cuatro elementos propulsados por dos fuerzas antagónicas de las cuales, en su juego dialéctico, una se impone sobre la otra para crear. Crearse, definirse, autolimitarse... Es curioso que en la Antigua Grecia la palabra límite tuviera asociadas connotaciones positivas. El límite es algo bueno porque la infinidad presupone la ausencia de algo, la falta de control. Qué razón tenían los griegos antiguos. 
La cuestión es que agua, aire, tierra y fuego se odian o se aman, dependiendo del devenir de los tiempos, o visto de otra forma, determinando dicho devenir. ¿Qué es odiar? Repeler. Separar lo igual de lo diferente: clasificar, crear guetos metafísicos de puro elemento.
¿Qué es amar? Tender. Necesitar, unir disparidades en lo homogéneo, en una masa de todo y nada difícil de interpretar. Crear amor. 
¿Qué es el amor? Nunca he entendido muy bien el amor ni sus procesos, pero comprendo sus consecuencias. A alguno le rechinaría leer llegados a este punto que yo soy amor, pero es lo cierto (yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos). Yo soy tierra porque soy sólida. Porque mi cuerpo choca contra el suelo cuando cae. Yo soy aire, porque respiro y suspiro. Exhalo y el aire de mis pulmones va al aire, a la atmósfera. Soy agua porque sangro, lloro. Y soy fuego porque algo me construye y sustenta. Porque mi energía nace necesariamente de algún lugar. Con todo va a resultar que la expresión "hacer el amor" es puramente literal.
El caso es que el hecho en sí nos hace nacer, nos hace, propiamente dicho, y nuestra vida no es una excepción fuera de conflicto. Los contrarios se generan, y esto puede probarse: no hay muerte sin vida, ni vida sin muerte, y esta es la representación extrema del odio: la descomposición del cadáver, que devuelve cada elemento a su igualdad.
Así se expresa la esencia de la batalla: no hay odio sin amor, ni amor sin odio, y del uno a veces, algunos dirían que inexplicablemente, surge el otro. Sin embargo, como ya hemos y he probado en la experiencia, en nuestra propia piel, la generación de contrarios no sólo se reafirma como explicable y razonable, sino como racional.