miércoles, 28 de diciembre de 2016

Sobre Heráclito: tensionalidad dinámica interna vital

Heráclito me enseñó a entender que desde que algo nace está abocado a su destrucción. Que la verdadera naturaleza tiende a ocultarse bajo una ilusión pacíficamente estable, aun cuando todo se genera y fluye por estabilidad de conflicto, y la única paz verdadera es la del cementerio.
Mi vida no es mía sin una constante lucha dialéctica. Quién debo ser; quién no debería ser jamás: lo que soy. Y ese mismo ser, mi ser, en tanto que ser, es porque existe, y existe porque está vivo. Porque estoy aquí, y ahora. 
La guerra es el padre de todas las cosas, porque todo se identifica en su plena y constante lucha. Todo cambia, nada permanece. No puedo bañarme dos veces en el mismo río porque son aguas distintas las que me empapan cada vez. El hierro se oxida, y ya no es aquello que le hacía ser en sí mismo. Pero la pauta de destrucción afecta de igual manera a cada pedazo de chatarra oxidada. Esa pauta de destrucción es el logos de la naturaleza: es lo único que no cambia, y produce inevitablemente sensación de estabilidad. Inevitable y fulminante, porque todo cuanto creemos que sigue igual, que seguirá siendo lo que es ahora, se está abrasando. Y no es posible hacer nada al respecto. El fuego en las entrañas del mundo es lo único que lo hace fluir. Que todo fluya es el motivo por el que seguimos aquí. Aunque ese aquí ya haya cambiado.
La enfermedad nos hace valorar la salud. La muerte nos hace sabernos vivos, a pesar de sentirnos muertos en vida. Pero esto sólo versa sobre perspectivas, igual que el camino abajo y el camino arriba son uno y aun así se presentan como distintos al caminante. Y si el caminante es caminante precisamente porque camina, cuanto tenga que pasar, pase. 

martes, 27 de diciembre de 2016

Un reflejo de Cirene

Estoy cansada de mirar por la ventana y no ver más que cielo sin sentido. Las estrellas son todo cuanto añoraba de aquí. Pero ahora me doy cuenta de que sólo son borbotones de fuego que arden a millones de distancias de aquí. Algunas viven aún, y otras... Otras se extinguieron hace tanto que el universo ya ni siquiera lo recuerda. Algunas están tan muertas que incluso tú podrías infundirles vida. Tan muertas como tú y yo. 
Estoy cansada de cerrar la puerta sin motivo y abrirla por el mero hecho de estar cerrada. Abrirla, sin más. Cerrar los ojos y no ver nada es lo que intento. No ver nada en el fondo de la oscuridad rojiza como tus ojos. Y eso es precisamente lo que veo: el fondo de tus pupilas, que me desrazona y emotiviza en bucle. 
La razón sólo aniquila tendencias cuando la segunda persona entra en juego. Cuando apuestas y ganas; cuando ganas y pierdes. A fin de cuentas, la emoción fluye: el caballo negro siempre termina por ganar el forcejeo de pasiones. Y la pasión a veces adicciona. 

Si tuvieras que marcharte un día, de repente, en mitad de la noche, salir huyendo sin poder volver, y sólo pudieras llevar contigo aquello con lo que pudieras cargar, a hombros o en brazos, o a aquel que estuviera dispuesto a acompañarte, siempre y cuando corriese a tu misma velocidad... ¿Qué escogerías?
Qué te acompañaría para siempre, por encima de lo material. A qué consagrarías ese pequeño pedacito de propiedad que te quedara, sin permitir que te cause dependencia. De qué dependería tu afiliación, si estuvieras condicionado, si tuvieras que abandonarlo en el momento en que creyeras que estás empezando a echarlo de menos. 

Jugar con el lenguaje me mantiene cuerda. Viva luchar a muerte con y contra la razón.