jueves, 28 de mayo de 2015

Red Bull y ginebra

Sublevación y oídos sordos, y dejar el resto de cosas pasar.  Porque cuando pasen no serán más que pasado. 
La liberación no es simplemente suficiente, sino el mínimo exigible a la osadía de enfrentarse a los propios fantasmas. Y también percatarse de la ventaja en cuanto a madurez, humanidad y coherencia existentes en comparación a ellos, por mucho que las comparaciones sean odiosas.
Seré todo lo que dicen: un tapón irrisorio con voz de pito y vista de topo. Pero yo no necesito arrastrar la moral de los demás por los suelos para sentirme viva. ¿Por qué? Porque, por suerte o por desgracia, tengo doble dosis de moral asignada de serie, porque veo cosas que ni siquiera están al alcance de su imaginación, a pesar de todos mis defectos. Porque he aprendido a cargar con ellos y tengo muy claro cuál es el lugar que me corresponde: aquel hasta el que quieran llevarme mi esfuerzo y mi constancia.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Murmullos emergentes

Esta mañana salí del aula en hora lectiva para refrescarme y ahuyentar la náusea matutina, por ligeramente que fuera, producto del olor a recocido típico del miércoles a tercera, después de dos clases con unos treinta y dos asistentes. Alcanzado el pasillo empecé repentinamente a respirar mejor. La pastosidad de garganta y estómago casi habían desaparecido. 
Las puertas del resto de aulas estaban abiertas (imagino que con el mismo propósito de ventilar, bien fuese por la anterior hora de Educación Física o por el hedor propio de la secreción hormonal juvenil). Se oían murmullos emergentes de cada habitación: un chillido, un par de risas simultáneas, un libro cayendo... Pero de entre todas, como ocurría allí arriba, se escucha la voz de Johnny rompiendo los esquemas del barullo, pues su pausa y su profundidad irrumpen en el alboroto como los segundos en las horas, marcando un cierto compás en la inmensidad. 
Ya hace un año (y digo ya como podría decir todavía, porque el paso del tiempo ha sido tan inmediato como lento) que dejé, salvo en casos puntuales, de escribir a lo imposible. Recuerdo lo bonito e increíblemente fácil que era. También es bonito volver a escuchar ahora las canciones que me recuerdan a aquella época, a aquellas personas que han tomado cierta distancia por circunstancias de la vida. Cuando no entendía la relación entre el amor idealizado y Platón. 
Al pasar frente a la última puerta a la izquierda del pasillo, según mi punto de vista, y mirarlo directa e indirectamente al mismo tiempo, sentí la tentación de bajar a Crisálidas, al pasillo en el que se encuentra la Sala Onírica. Lo habría hecho de no ser porque Dativo estaba al final del pasillo, vigilando como un guardián. A cambio pasé al baño y me miré al espejo, dándome cuenta que incluso la versión de mí misma de aquella época se ha alejado de mí, aunque en el fondo nunca me haya abandonado. 
Mis manos, mi pelo, mis ojos son los mismos que entonces, sin embargo es inevitable verme infinitamente distinta, y es porque sin darme cuenta he crecido. Mis conocimientos han aumentado exponencialmente en multitud de ámbitos, todo a cambio de días y noches sin parar de trabajar y esforzarme para conseguirlo. Porque todo tiene un precio, aunque este no esté fijado en unidades monetarias. 

Normalmente no permito que nadie escuche mis canciones en voz alta y en mi compañía. Digo mías porque cuando están vinculadas a mis recuerdos, así lo son. Y es así porque en tales momentos los acordes y las letras destapan mis sentimientos y los dejan fluir por la atmósfera. He de reconocer que, incluso llegados a este punto, me da cierto reparo que cualquier persona pueda acceder a ellos. 
En cambio, en la excursión al prado me levanté de mi asiento y llevé el auricular de mi móvil hasta la oreja de Johnny para que escucháramos Los Ramones juntos. Tiempo atrás le mostraba a Dee Dee grabaciones de mis ligeros progresos con la guitarra y compartíamos grupos y canciones. 
Ahora me apetece desenchufar los cascos y escuchar las canciones del pasado en voz alta. Y volver a su presencia. 

lunes, 25 de mayo de 2015

Monotonía de ver la vida pasar

Cada mañana me pregunto si es natural que a mis diecisiete años el vacío de mi mente y la tristeza de mi espíritu rocen lo trascendental. Porque esta torturada no soy yo. Porque no me reconozco al volver a casa. Me miro al espejo y me encuentro desfigurada.
Trago sin ganas, porque todo me sabe a humo y pólvora. Me encierro en la monótona estadística; me escondo en la obra cervantina;  me refugio entre las mantas, en los versos de García Lorca y en los cuadros de Dalí. Sueño que desaparezco y solo al hallarme  sola con mis pensamientos, sin terceros, ni luz, ni vida, me siento libre.
Bajo el agua araño mi piel con gel y esponja para arrancarme los malos sentimientos, ahogar la negatividad y normalizar mis rarezas, quedando limpia, común, tolerable para el mundo. Cierro la puerta con llave y cerrojos a fin de que no entre la soledad, que rechaza toda compañía salvo la mía. Déjame tranquila.
En el infierno no conceden licencias: hablar, reír, llorar, sentir… Vivir ¿Qué es vivir, si nada está permitido? Precisamente eso: nada. 

lunes, 4 de mayo de 2015

La danza

Hay momentos en los que una llora aun habiéndose prometido lo contrario, y otros que se fuerza a ello tan solo por seguir sintiendo algo. Alguien me dijo una vez que se puede vivir sin las ganas de reír, pero no sin las ganas de llorar. Quizá después de haber dejado el umbral del dolor en el olvido, sea lo único que nos queda para sentir algo de humanidad y, sin ellas, simplemente dejamos de pensar que esto va con nosotros. Pero esto es solo una reflexión aparte que nada tiene que ver con el tema de esta entrada. 

Pensándolo bien, en verdad sí existe un punto de acuerdo con el anterior párrafo, concretamente con eso de prometerse no llorar. Y es que desde el principio tuve claro que al volver a escuchar las castañuelas fuera de casa, la dulzaina atronando el murmullo de la gente y la respuesta del tambor, la nostalgia se apoderaría de mí. Sin embargo el viernes de víspera, cuando me peinaba frente al espejo, vestida de negro esta vez, me prometí que aguantaría al menos hasta el momento de los dichos, en el que Tresjuncos entero se emociona y llora uniendo sus voces en los "vivas" al Cristo del Pozo. La licencia se extendería al día siguiente por la tarde, cuando el Cristo fuera devuelto a la iglesia acompañado del himno nacional (detalle que, por otra parte, no dejaría de representar cierto matiz franquista, de no ser porque hace poco volvieron a poner a las andas sus cintas rojas), el cual está cargado de despedidas, y en él todos los años acabo nadando en mares de lágrimas. 
Como decía mi propio permiso estaba acotado y reservado en exclusiva a dichos actos (con ciertas permisiones puntuales). No obstante, por suerte o por desgracia, soy experta en saltarme a la torera normas de este tipo sin mayor trascendencia.  
Ese mismo día Paula llamó vino a buscarme a casa para bajar juntas a la placeta desde donde las danzantas bajan a la iglesia. Comentamos un total de seiscientas veces lo diferente que era todo desde nuestra nueva perspectiva como espectadoras, saludamos a un par de amigos e hicimos fotos varias. Hasta entonces la "polvorilla" de mi estómago era una bestia controlable y dulcemente dormida. Hasta que de repente nos encontramos con la que había sido nuestra primera profesora, la que nos lo enseñó todo acerca de la danza, quien nos midió durante años para asignarnos el puesto en las filas que nos correspondía, la que me consoló cuando tanto Lalu como Paula y algunas de las chicas más pequeñas habían crecido y yo seguía igual (lo que me hizo retroceder y me quitó el sueño de llegar a guiar las filas algún día). Aquella que tuvo que retirarse de esta especial enseñanza cuando la edad la dejó sin fuerzas para continuar con su labor, se acercó a nosotras ayudada por el andado y nos dijo que la abrazáramos, que nos quiere mucho y que sabía lo duros que iban a ser momentos como aquel (lloré entonces y lloro hora al recordarlo). 
Después llegó la salida. Esas primeras corcheas que nos destrozaron a las dos mientras bajábamos la calle como dos personas más, camufladas entre la multitud acostumbrada a pasar desapercibida durante las fiestas. 
Le siguieron el Cordón, Palos a la Zamarra, el Cruzado, los Rusos, la Jota, el Arao'... y hasta el Pájaro, además de los dichos, la procesión y el día en Triana. Los detalles me los ahorro porque imagino que se ha captado la idea general. 
Ahora que miro atrás y recuerdo cuánto me quejé de aquel cansancio, valoro lo que el dormir poco y el bailar mucho suponían. "La esperanza de muchos, la mayor alegría". Realmente una danzanta no ve el momento de colgar las enaguas y guardar las castañuelas, pero todas tenemos que crecer y dejar paso a las de atrás, como ya hicieron muchas, y como las que hoy todavía conservan en la cara la redondez infantil harán algún día. Hoy miro los centenares de fotos que conservo de aquella época mágica, y puedo asegurar que por el momento ha sido la experiencia más especial de mi vida. Es un honor haber formado parte de esta historia y seguir haciéndolo a día de hoy, aunque en los archivos de la danza figure como parte del pasado.