domingo, 25 de octubre de 2015

Micromaltrato en las aulas (Insecticidio: testimonio de una mosca)

Se oían estruendosas risas a mi alrededor. La cúpula de plástico duro en la que estaba  presa multiplicaba el retrueno. Daba vueltas sobre mí misma tratando de espantar la locura que se apoderaba de mí. Entonces levantaron la cúpula y me dejaron salir. Me creía libre; pero la tortura no había hecho más que comenzar…
Dos grandes trozos de papel se me adhirieron al cuerpo  por medio de la sustancia más pegajosa que había tocado en mi corta  vida. La celulosa me impedía volar, lo que provocaba un mayor divertimento en mis captores. Pasaron largos y terribles minutos durante los cuales mi propio peso me aplastaba, no podía caminar. No tenía escapatoria.
De repente las risas se extinguieron: se habían hartado de mí. Creía que volver a ser libre era solo cuestión de instantes. Qué  equivocada estaba. Me golpearon fuertemente y en mi agonía sentí cómo mutilaban mi cadáver arrancándome las alas.” 

La escena se repite día tras día en las aulas. El insecticidio no está penado por ley; pero, oralmente hablando, ¿es necesario someter a tal tortura a un animal sensible? Si el dolor marca el límite recordemos que no manifestarlo no significa que no esté ahí. 

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