viernes, 11 de abril de 2014

Historias de entrejornadas





Viernes, 11 de abril de 2014: Que comiencen las decimoctavas Jornadas Culturales.

Cogí papel y boli y me puse a escribirle una carta a María. Hasta ahí todo bien, no obstante, mi apoyo constaba de una barandilla situada a unos cuatro metros del suelo. Viendo cruzar a tantas parejas felices, de la mano. 

No sé el tiempo que durarán esos enlaces físicos o sentimentales. No sé hasta qué punto de la historia podrán extenderse, o si, llegado el momento, se conservarán los restos de lo que un día fueron. Sin embargo me siento pequeña, mucho más pequeña de lo que soy, abandonada y despreciada, como un juguete roto. Al fin y al cabo eso fue lo que hicieron conmigo. Aunque no lo culpo. Él quería ser feliz, y yo no podía darle lo que buscaba.


Por la escalera veo subir al instructor. Al llegar arriba me saluda sonriente y sigue su camino. Los músculos del tren suprerior y del costado laten con fuerza bajo mi piel a consecuencia de la actividad de ayer. Como si quisieran desprenderse de una capa de mí que los oprimiera.

Maldita sea, ya he perdido la cuenta de las veces que hoy he escuchado Skinny Love. Supongo que me recuerda a mí, buscándolo por cada pasillo mil veces. Sin saber, sin pensar si quiera, que ya estaba lejos de aquí. Tampoco sé cuántas veces ha pasado su nombre por mi mente. Cada milímetro de mí lo grita, igual que ayer, que todo mi ser trepaba por la pared, avanzando peldaño a peldaño, en busca de libertad.
 


El viento agita mi cabello y me despeina. Borra de mi cara hasta el último rastro de lágrimas.  Alguien se acerca al coche que tengo justo debajo, detrás del pequeño muro blanco en el que estoy apoyada. El instructor se despide de mí en voz baja, tanto que me cuesta entenderlo. Y yo me quedo con ese susurro.


Camino junto a María hacia la biblioteca, fingiendo que oigo lo que me está contando. Pero hay demasiado ruido flotando en el ambiente, y yo aún sigo perdida. El estallido aumenta una vez sentadas y, para mi sorpresa, no me importa. Dativo se acerca a mí cuando estoy a punto de irme y me dice que he ganado el concurso de cartas de la Madre Celestina, y me regala un libro. 

La caricia del viento se despide de mí antes de subir al autobús. Me da pena alejarme de este lugar. Me gusta pasear por sus pasillos y empaparme de conocimientos en sus aulas. Me angustia que sea el único lugar donde puedo encontrar lo que busco, donde puedo encontrarme. Mi inspiración reside bajo estas sillas y estas mesas, ondea en el aire e inunda cada sala, hasta que me encuentra. Voy a estar un tiempo sin cruzarme con ella, y me veré obligada a echar mano de recuerdos y sonrisas pasadas.  Al menos sé que siempre estarán aquí, fundidas en el cemento que une cada ladrillo. 

                                                                                                         —Reven

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