lunes, 7 de abril de 2014

De la noche a la mañana

<<Lo diré por última vez: sed valientes.>>

En un intento inútil por apresar al llanto, las lágrimas calientes escapan de mis ojos y se deslizan por mi cara hasta, finalmente, precipitar sobre mi pecho. Noto la camiseta negra mojada y me incorporo. Me siento bien: tranquila, pero inquieta; triste, a la vez que emocionada. Me siento libre. Liberada. 

Hace ya más de dos horas que estoy aquí tumbada, con mi compañía predilecta: un libro. Ansiosa, impaciente, deseosa de conocer el final de las obras que desde febrero me acompañan, pero, a la vez, desesperada. Las páginas se acaban. Las palabras se consumen lentamente y pronto no quedará nada. Me seco las mejillas con el dorso de la mano. Tengo el rostro encendido de euforia. El mensaje de entrelíneas aún palpita en mis oídos, insaciable de cada milímetro de mí. 

Quiero seguir, no puedo dormirme ahora. Quiero continuar mi historia con más despertares, con más horas pasadas entre las paredes de la Cueva y sus pasillos. En cada esquina, en cada sala, en cada ciudad perdida. En cada rincón latente.

Y no me duermo. Durante segundos me siento flotar en sus pupilas, borracha de su olor, de su historia y de su mundo. Lejos de aquí. Entonces una luz temerosa me devuelve a mi cama y entre las sábanas de coralina lucho por no despertar jamás. Por no regresar jamás. Pero nuevamente pierdo la batalla. 

El sueño pesa en mis párpados impidiéndome abrir los ojos. No me permite exponerme a la luz, pues siento que voy a partirme, a abrasarme bajo el sol. El buen tiempo ha invadido este lugar y ha corroído mi ser. El calor me hiela la sangre. Me encuentro en la Cueva. Echo de menos cuando aquí hacía frío.  

Por cierto, recuerdo cierta tarea no prevista. Debo buscar un nuevo nombre. No. Tengo que encontrarlo. 

                                                                                                         —Reven
                                                                                                           

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