sábado, 26 de abril de 2014

El vendaval de la improvisación

Cuánto tiempo hacía que no veía un atardecer dorado. Un cielo cubierto de nubes teñidas de rosa, naranja, o yo qué sé. Cuánto tiempo puede pasar escurriéndose entre mis dedos sin que apenas pueda darme cuenta. 

Cómo pasa la vida, cómo pasan los años... Qué poco conozco de ella. Qué escasas primaveras he vivido, y a cuánto he tenido que decir adiós. Tantas cosas me he visto obligada a dejar atrás, y tantas más vienen y se acercan a mí tan deprisa... Tantas cosas tan importantes.

Pero un punto no siempre marca el final, al igual que un <<adiós>> no siempre es definitivo. Ciertas cosas regresan volando en círculos, como golondrinas que se alejan y vuelven cerca una y otra vez en su armonía refrescante. Esa que siempre me ha recordado a las noches de verano en las que el viento mueve el aire en leves ráfagas y te eriza el vello de los brazos y de la nuca. 

Regresa un porqué jamás respondido. Mas esta vez no va a acercarse tanto como hizo en su último vuelo hacia mi vientre. Podrá de nuevo refrescarme; pero no volverá, con su llegada, a calentarme las tripas, ni a dejarme el corazón helado con una nueva despedida. 

Si pudiera comprar un final para esta historia... Un final que no oscilara y fuera constante, tal vez podría llegar... Llegar. Lo que no tengo claro es hacia qué dirección ir. No obstante, ¿es a caso la vida constante? No podemos elegir la repercusión de nuestros pasos, por mucho que estemos dispuestos a pagar. Por muy alto que sea el precio.

Alguien me dijo una vez que, para no equivocarse, lo correcto es planificar un guion. De esta forma nada podría salir mal. Pero yo nunca he sabido seguir guiones, Dee Dee. Nunca he sabido actuar a favor del viento. Yo, por pura cabezonería, me meto de cabeza en el vendaval de la improvisación. Unas veces fallo, sin embargo otras, por pocas que sean, acierto. 

                                                                                                           —Reven



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