Dichosas son las almas confundidas
que de tanto amar pierden
la
capacidad de responder a cualquier estímulo
siempre y cuando este indique peligro.
Sin embargo,
cuando estas actúan, saben
que no hay vuelta atrás.
Que no hay lugar para
disculpas
ni confines en el mundo donde refugiarse.
Y entonces corren a los
brazos de la literatura
para zambullirse en otros universos,
o crear su mundo
ideal,
sin dejar por completo la realidad.
Yo por —mala, o buena— suerte
soy
una de ellas.
Quisiera volar a Nunca Jamás,
olvidar a qué sabían tus besos de cristal,
rociarme con polvo de hada
rociarme con polvo de hada
y no hacerme mayor jamás.
Quizá así no recordaría
que, aunque ya sea una mujercita,
siempre me llamarías tu niña.
Ojalá fuera tan fácil como tocar una aguja
y
dormir años y más años.
Hasta que volvieras a por mí.
Pero ya es demasiado
tarde
para poder despertar;
el reloj marcó las doce hace dos horas,
y el veneno
de la manzana
ha calado mis huesos.
Quizá el viento se haya cansado
de llorar colores
y el mar ya no resguarde tesoros olvidados.
Los candelabros
se han apagado
y nuestra canción yace dormida
en el último pétalo de la rosa.
Pero las páginas impregnadas de tinta y lágrimas
no dejan de latir,
y me hacen sentir tan pequeña y estúpida…
Después de cada final
se encuentra un nuevo
principio,
y puedo releer todas esas historias
una y otra vez.
Aunque estén
pasadas de fecha.
Y así el Rey Loco
seguirá soñando con volar.
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