viernes, 30 de octubre de 2015

Las Danzas Húngaras

Siempre se me ha dado muy bien idealizar. Desde que me declaré platonista dedico mis días a vagar por lo sensible y abstraer falsas realidades. Pero no sólo idealizo cosas y conceptos, y ese es precisamente mi problema, que idealizo demasiado...
Sabía que, tarde o temprano, terminaría pasándome factura. La actividad a la que he dedicado toda mi vida. Mi vida.
¿Cómo sonarán las danzas húngaras ahora?

miércoles, 28 de octubre de 2015

Querido rey filósofo:

Después de mucho tiempo sin pensar en el pasado, esta noche de vigilia me he acordado de ti. He regresado a aquella nebulosa brillante que envolvía nuestras coyunturas en la época arjeica: la época de principios, y también de finales. 
Quién iba a decirme, mi querido rey filósofo, que a pesar de todo lo vivido hoy sería capaz de eludir tu mirada de mis recuerdos. Hoy he vuelto a aquellos días previos a todo, cuando los taburetes chirriantes de la Sala Onírica intentaban eclipsar tu voz, y es esto precisamente lo que me hace reír a carcajadas de nuevo: traer a mi mente cada una de tus clases. 
Parece que fue ayer cuando sufría por no encontrar otro maldito objeto que colocar en aquel detestado  Horror Vacui que nos llevaba por el camino de la amargura, aun teniendo la ventaja frente al resto de haber establecido una lámina viviente en mi mesa de trabajo que copiar. Calqué más gatos azules que en toda vida al trasluz de las ventanas. 
Tus ovoides, tus spots publicitarios y tus fieles nueve líneas como método de expresión me acompañan hoy día, pues con ellos me enseñaste a observar por primera vez la realidad como un compuesto que se podía abstraer. Porque, en el fondo, no se trata más que de coger lápiz y papel y atreverse a imaginar. 
<<Los números pueden formar números>>, dijiste, y yo te escuché; pero sólo ahora me atrevo a entender lo que eso significa, cuando mis números se han convertido en letras y estoy acotada a descubrir qué demonios querían descubrir las unas dentro de los otros. Todo hecho está integrado por al menos dos opciones, y el caso de las cifras no pretende confirmar ninguna regla imperativa e inmutable, pues estas deciden si agruparse entorno a un todo mayor o permanecer en su estado de individuo. O, más bien, somos nosotros quienes determinamos su valor, y eso significa que nos valemos de operaciones como ancla; como pilar para sostener todo lo abstraído. 
¿Lo ves? Incluso estando tan lejos de entonces, aquellas cuatro paredes me hacen pensar en lo que más odio como algo bello. Sin aquel caldo de cultivo hoy Esther no sería Esther, y a ella (a mí) le gustaría que vieras en quién se ha convertido, profesional y personalmente. 
Ahora dilúyete en el caleidoscopio de la vida otra vez. Yo seguiré paciente, manchando con salpicaduras de pintura la pared, esperando a que las piezas, en un momento inesperado, vuelvan a encajar. 
Y perdona rey filósofo a esta alumna tuya que no deja de filosofar. 

Moraline.

domingo, 25 de octubre de 2015

Micromaltrato en las aulas (Insecticidio: testimonio de una mosca)

Se oían estruendosas risas a mi alrededor. La cúpula de plástico duro en la que estaba  presa multiplicaba el retrueno. Daba vueltas sobre mí misma tratando de espantar la locura que se apoderaba de mí. Entonces levantaron la cúpula y me dejaron salir. Me creía libre; pero la tortura no había hecho más que comenzar…
Dos grandes trozos de papel se me adhirieron al cuerpo  por medio de la sustancia más pegajosa que había tocado en mi corta  vida. La celulosa me impedía volar, lo que provocaba un mayor divertimento en mis captores. Pasaron largos y terribles minutos durante los cuales mi propio peso me aplastaba, no podía caminar. No tenía escapatoria.
De repente las risas se extinguieron: se habían hartado de mí. Creía que volver a ser libre era solo cuestión de instantes. Qué  equivocada estaba. Me golpearon fuertemente y en mi agonía sentí cómo mutilaban mi cadáver arrancándome las alas.” 

La escena se repite día tras día en las aulas. El insecticidio no está penado por ley; pero, oralmente hablando, ¿es necesario someter a tal tortura a un animal sensible? Si el dolor marca el límite recordemos que no manifestarlo no significa que no esté ahí. 

lunes, 12 de octubre de 2015

Mar de azabache

Parece que hace ya muchos años que no me tropiezo con tu sonrisa, cuando realmente sólo hace un par de días. No tengo ningún derecho a hacerlo, lo sé, sin embargo no puedo evitar sentirme dolida.
Aunque bien visto, tal vez eso sea lo mejor. Hoy los dos estamos aquí, pisando el mismo suelo; bajo el mismo cielo y el mismo techo durante seis horas al día. Pero hoy no durará para siempre. Mañana ambos estaremos lejos, muy lejos de aquí y del otro, a tantos kilómetros de distancia como veces al día pienso en tu nombre sin ni siquiera darme cuenta.
Tal vez lo mejor sea cerrar los ojos y dejar a la mente volar. Con suerte, no regresará a tu flequillo alborotado. Eso haré: intentarlo. Lo intento. Lo estoy intentando. Nada.
No obstante en nuestro entorno flotan sensaciones de forma perpetua, y eso sí que es innegociable: las emociones se sienten o no se sienten y no hay más que hablar. Se sienten fluir entre los dos cuando acaricio tu brazo súbitamente y tú imitas el gesto. Yo sólo quería reírme del mundo contigo y eso debería ser suficiente.
Pese a todo me queda un mínimo consuelo entre nuestros breves instantes: que esa distancia te duele y te dolerá al menos la mitad que a mí. Y eso lo dice todo. Y todo dicta que mañana, como el azabache, habremos estado vivos algún día. Y si hoy ese nosotros vive con pasión ardiente, no somos quienes para impedirlo. 

¿Seguirás pensando en mis palabras cuando un mar de azabache nos separe?