jueves, 29 de noviembre de 2018

Borrones en hojas a cuadros


Nunca sonríe y, cuando lo hace
Se desgarra.
Sería más fácil no mirarla,
Su cara, mientras aprieta los labios.
Entre páginas de libros
Que jamás leerá.
Pero está escribiendo poesía
Y así, contando sílabas,
Se desmayan sus años
De pies a cabeza,
Como si ya no tuviera edad.
Así, con la tapa del boli sujeta en la boca,
Brilla todavía más.
Si suspira a la vez
Será el fin del mundo.
El guion no da para más texto.
Pero está vivo, y renace
Con cada lectura.
Y yo navego ríos y mares de tinta
En vano.
Inacabado… siempre inacabado.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Tener las pestañas tan largas no debería poder ser requisito de nada


            Sé lo que estás pensando… ¿Otra? ¿así, sin más? Bueno, no sé. Ni es de mi estilo, ni me lo planteo siquiera. Pero al sentarse en la silla del profesor, con esa actitud despótica, me ha recordado a cosas de otros tiempos.
            No me gustan sus zapatos. No tiene una cara precisamente dulce. Al contrario… Tiene los rasgos endurecidos y la piel clara. Atiende y participa en las clases de Derecho Civil, y por eso mismo no es de fiar. Tiene nombre de telenovela mexicana. Lleva el pelo recogido en un moño torpe, y de todos es la única que se ha sentado mientras hace una exposición. Tiene un tatuaje debajo de la nuca. Me recuerda al típico personaje de libro o serie de trece temporadas. Sola, borde, malhumorada.
            A lo mejor el problema está en leer tanto y atender tan poco. Pero, de verdad, no sé cómo precisarlo: ha habido experiencia estética.
            La belleza me ha impresionado.
            Tener las pestañas largas no debería poder ser requisito de nada. Prefiero mis máscaras de la tragicomedia.
            Se ha soltado el pelo. Estaba mirando para otro lado. Me he perdido la explosión. Ahora se aburre, se impacienta, y parece más joven. No sé de qué es señal llevar más de media hora sin variar la posición, pero debe significar algo. Juega con cualquier cosa que tenga en las manos y usucape en cinco años. No aplaude. Nunca aplaude. California tendrá más noticias sobre ella. Cuando se aparta el pelo de la cara le brillan los ojos, le brillan más que el dorado Cornbelt, y atraviesa América entera de sur a norte. De norte a sur.

jueves, 15 de noviembre de 2018

La casa de un mendigo


Cuando era pequeña estaba convencida de que los maniquís de lo escaparates eran personas que soñaban con ser modelo de revista. Era un estadio previo, un modo de preparatoria u oposición: volverse experto en soportar miradas. Miradas de todo tipo: lascivas, de repulsión, de deseo, de indiferencia, de lástima…
         Con los años, como era de esperar, descubrí que me equivocaba. Pero, como en absolutamente todas las caras reversas de la realidad, había algo de cierto en aquellas creencias infantiles. Por su condición individual, independiente de ese otro que camina siempre sin atreverse a contemplar directamente, muchos se han visto obligados a ser expertos en soportar miradas.
      A la salida de los cines de Princesa, en los bajos de Ventura Rodríguez, viven muchos vagabundos. Recuerdo que la policía se paraba en mitad del pasadizo a controlar la situación: a proteger a la avalancha de gente acobardada de cuatro o cinco indigentes. Ni siquiera nos veían. Es así: así es su vida. Ser temidos sin ser comprendidos, ser rehuidos por puros desconocidos. Ser tratados como si no fueran. Como si no fuesen nada con nombre y apellidos, y una historia.
            De entre todos los garitos cochambrosos, hechos de todo, había uno construido de ironía. Un mendigo dormía en un colchón de noventa. Tenía un paraguas como puerta y, como paredes, carteles de viejas películas. Lo miré un segundo sin decir nada. intuyo que era joven, pero endurecido por la frialdad que le enseñaron las calles y los comentarios de los espectadores que abandonan las salas de proyección. La pura belleza estética hecha imagen.
        Me pregunto si algún día sabrá que él fue protagonista de esta película que duró un solo segundo y que ya no podré olvidar cada vez que alguien me pida una triste moneda. Hasta dónde ha llegado el mundo, que somos capaces de temer lo que ni tiene ni quiere nada que no le pertenezca.


lunes, 10 de septiembre de 2018

Era (solo) una pesadilla


            Anoche soñé con la Muerte. Vestía túnica y portaba guadaña: una imagen bastante verosímil con las descripciones que tradicionalmente se le han adjudicado. No pude ver su rostro, no pude mirarla a la cara, pero en el fondo sabía que no era necesario para saber que era la representación perfecta del sudor frío: del pecho encogido y el delirio de la agonía.
            Era negra, proyectaba tinieblas. Pero aquel color era totalmente desconocido para el ojo humano. Era profundo y oscuro como el vacío que deja la ausencia.
            No le tenía miedo. Jugaba a seducirme, y yo le seguía el juego. Corría calle arriba, delante de ella. Me perseguía, azotándome de vez en cuando con su guadaña. Y entonces, estando a solas con ella en plena madrugada, vi el coche fúnebre, y mi casa en tinieblas. Y fue cuando me abrazó. Me había arrancado un trozo de alma, se lo había llevado para siempre y, sin embargo, ahí estaba, sosteniéndome, secándome las lágrimas con tela oscura. Quería consolarme.
            Pero no. Se había ido por su causa. Había venido a dejarme sin ella. De nada servía que intentase aparentar dulzura, y calidez. ¿Cómo podía reconfortarme, después de haberme helado hasta los huesos?
            Cuando desperté bañada en lágrimas supe que aquello no había sido más que un truco: jugar al engaño, jugar a que no le tenía miedo. Recuerdo que le pegué tres veces con el puño izquierdo, cada vez con menos fuerza y más impotencia. Fue el último acto de rebeldía antes de regresar de Oniria. Sin embargo, no dejo de estar asustada. No por mí… No por mí, sino por aquellos que veré partir antes de marcharme.
            Al menos, por ahora, solo fue un mal sueño.

viernes, 31 de agosto de 2018

No sé cómo quiero llamar a esto

El tiempo pasa de la misma forma para todos; aunque he de admitir que a veces el mismo lapso puede ocasionar sensaciones indescriptiblemente distintas. Un año, un minuto, una vida, una eternidad... Pero un latido siempre durará exactamente eso, por deprisa que quiera palpitar el alma. 
Sé que esto no interesará a muchos. De hecho los implicados llevan siglos sin pasarse por aquí, y lo entiendo. Donde tantas cosas importantes hay que guardar, dudo que quede espacio para un simple nombre; uno de los cientos que pasan por las aulas cada curso. 
Anoche quise pasar por mi galería de las sombras, por las cajas de Tchaikovsky (creo que quise llamarlas así en su momento)... Por mi baúl de los recuerdos, en definitiva. Encontré antiguas fotografías cubiertas de polvo y de recuerdos, a pesar de llevar bajo llave un triste par de pares de años. 
He visto renacer salas oníricas en mi memoria: rincones que nombré y que olvidé hace tiempo. He tropezado con miradas, con cientos de miles de palabras, con promesas de volver a vernos, con seudónimos antiguos con los que pretendí encubrir una declaración constante (qué mal me fue). Me he reencontrado con retales y folios viejos, canciones y cartas, ladrillos y fantasmas que simplemente ya no están. Sin embargo, siempre pensé que jamás se irían. Y aunque lo asimilara mejor de lo que me creía capaz, si me da por pensar con la suficiente fuerza, aún llego a notar ese calor que desprendían. A fin de cuentas, todo sigue ahí. Un pasado tan candente, un cimiento tan resistente, que podría rozar con la punta de los dedos. 
Algunos nunca volvisteis a aparecer en mis escritos. Pero supongo que no hay nada de malo en admitirlo, una última vez, por todas las cicatrices que adornan mi piel: Dee Dee, aún te echo de menos. 
Cualquier otro parlamento siempre estará de más, y de menos. Cuida de lo que pueda quedar de aquel surrealista atrapado entre el presente y los cómics antiguos con Los Ramones por banda sonora. 

martes, 17 de julio de 2018

Mar adentro

Pasa la vida, pasan los años...
pasa el tiempo, y sigue pasando.
Pasan las nubes sobre las cabezas del mundo:
picos y valles testigos de Cronos.

Pasa el río, bravo,
pasa entre vastos terrenos dorados.

Pasan los amantes, besos por bandera
y el poeta, con barca henchida de versos, 
atraca en puerto firme de ribera.
Al encuentro con sus sombras
dulces, enmascaradas... 

¿Dónde estás?, ¿dónde te encuentras?
Te llevaron las olas de un mar lejano;
encallaste tu vida en otros puertos
más justos, más deseados
más fecundos. 
Por ser uno, le dejaste por sueño
los desvelos que te hicieron zarpar. 

Mar adentro. Voluntad y lucha
se hacen una
y están en tus manos. 
Enseña al mundo lo que un día
inspiró tantos poemas.

miércoles, 11 de julio de 2018

Diamante negro

Hoy dejo Madrid como lo dejo todos los días, y, sin embargo, el corazón me late a otro ritmo, menos lento, menos sosegado. Cálido y acuoso como en una despedida llena de acordes, de esas que tocan el alma.
Siemto que ha pasado mucho el tiempo. Ha pasado demasiado, pero el cielo sigue en llamas. Y yo ardo con él. Trato de hacerlo, dejarlo a un lado, pero todo en el vacío se dispara, como un respiro precioso, una bocanada de aire justo a tiempo que acelera el alma.
Anoche se hizo realidad un sueño del que nunca quise despertar. Serían las luces, las llamas, la sangre, el alcohol que no bebimos. Sería KISS apagando estrellas sobre el escenario. Sería mi yo de quince años gritando "despierta". Despierta, por favor. No vuelvas a dejarme sola.
Sola duele más y sacia menos. La vida, la risa, las sombras. Todo es más cálido y simple, más esencial, si estás aquí y no median las palabras.
Parece que finalmente tengo que quitarme el sombrero y conceder razón a Wittgenstein sobre aquello de que el lenguaje limita el mundo, que en ocasiones pretendemos caminar por encima del mundo designando falsas realidades. Creándolas mediante palabras prohibidas.
Ya puedo contarlo en años, y todavía no soy capaz de comprender nada. Seguir jactándome de desconocimiento tal vez sea un error. O tal vez todo lo contrario.

sábado, 23 de junio de 2018

Este desdichado amor de apariencia y forma

Estoy cansada de que el mundo sea feliz a mi alrededor. Sea, parezca... qué más da, ambos copulan en modo idéntico. En realidad podría llegar a creer que lo fuera, por auntoengaño, tal vez, ingenuo e ignorante de sí. Pero reconozco que a veces una pequeña dosis de mentira reconforta, como lo hace un falso te quiero, un todo irá bien cuando las cosas no marchan, o una promesa de volver a verse a las puertas del tren. 
Supongo que cada cual es libre (no lo dudo). Libre para crear su falsa realidad teñida de colores cálidos, donde los extremos amargos no tendrán cabida jamás. Libres para ser felices, si así lo determinan, aunque esa felicidad esté tarada de base. Es fácil sonreír a una cámara, mostrar las maravillas del mundo a través de una red social, besar como si nada malo pasase, porque ¿cómo voy a tener yo una relación insana? 
Publicar fotos con esa abuela a la que llevas meses sin ir a visitar. Felicitar loros y méritos que intentaste frustrar. Escuchar canciones sin alma, porque la realidad es demasiado amarga como para enfrentarte a ti mismo entre pentagramas y estrofas. Enfrentarte a discriminaciones y heridas en las que contribuyes. Indignarse por la hipocresía que uno mismo provoca. 
Osar encontrar la belleza en burdos ideales, cánones estúpidos, miradas vacías y meros cuerpos. Qué obsesión, la de este Homo novo por impresionar y dejarse guiar por las formas. 
Qué complejo resulta todo esto... Qué sola me siento en este lugar en el que el ser humano se niega a aceptar que el dolor, la duda y el miedo  nos tocan el alma, sin remedio posible  
Qué obsesión... Me fascina este desdichado amor de apariencia y forma. 

lunes, 18 de junio de 2018

Método de irreducción al absurdo

Muchas noches más así he pasado preguntándome a mí misma qué es ese excedente que con nada comparto, que lo llena todo y no puedo ni siquiera darle nombre. A veces me sueño en tus brazos, y me despierto con el corazón acelerado. A veces olvido que no eres más que un sueño. Un sueño que me espera sentado, con manchas de cansancio y olor a café. 
A veces olvido que la tristeza y la soledad se tocan, aunque ambas de vez en cuando puedan cubrirse con un manto de rosas y finales felices. A fin de cuentas la soledad no deja de ser un cuento de hadas: una batalla de contrarios, una dialéctica más en la que el amor y el odio dejan estragos. Tu presencia y tu ausencia en la misma mirada. 
En tus ojos marrones una noche tracé un mapa del tesoro que conduce hasta el fondo de tus pupilas. Tú estás, ahí. Eres el blanco que fundamenta mis filosofías. Después de todo fue así como aprendí las más grandes lecciones: las manos más bellas, la mirada más bella, la lengua más bella que sabe pintar romanticismos sobre vanguardia pura. Las aprendí por experiencia. Las aprendí viviéndote.  
No le tengo miedo al absurdo. En Oniria los vivientes salen a cazar aventuras. Vuelven con flores de fuego y bocas de sangre. Vuelven de nuevo, habiendo nacido por última vez. Deleitan sus condenas. Sufragan errores con los mismos errores. Suena absurdo... Lo sé. O no lo sé. Pero no me importa demasiado.


viernes, 2 de marzo de 2018

Cuando miras largo tiempo a un abismo

Dicen que contemplar la inmensidad del mar es el mejor remedio contra los aires de superioridad. Y es cierto que el llanto más doloroso y abundante se camufla entre las olas igual que una mota de polvo en el espacio abierto. También funciona con el cielo y el abismo. Y pasa que Nietzsche tenía razón cuando decía que si se mira durante mucho tiempo el abismo, al final este termina mirando dentro del originario espectador. El todo dentro de la nada, para salvarla del vacío.
El tiempo nada mar adentro, se deja arrastrar por las olas hasta otras costas con menos rocas, más arena suave y menos sal.
Creo que por todo esto la naturaleza inventó acantilados. El lugar predilecto para poner el alma a reflexionar es, en efecto aquel en el que rompe el tiempo con las olas. Empapan cuando sube la marea los corazones rotos, con lágrimas de nostalgia, alegría, soledad... Y a los sanos, a los fuertes, a quienes no tienen miedo, les impregna el recuerdo de que el tiempo pasa, y erosiona. Las miradas, los recuerdos, la tristeza.
Tiempo, llévame hasta el lugar donde se juntan el cielo y el mar.


Cuando miras largo tiempo a un abismo - Esther Moral. Amoral

lunes, 26 de febrero de 2018

Atocha

Aquella tarde te volviste a marchar dejando tras de ti un sentimiento de nostalgia crónica. Un sentimiento sedante, como de finales de verano, una armonía tenue que anuncia septiembre. Parece mentira que nuestra historia nos conduzca siempre hasta este mismo punto: solas. Juntas, sin miedo… pero solas, al fin y al cabo.
            Antes fue allá, en La Mancha, profunda y lejos de aquí. Antes sólo había tierra y cielo, y nada más. Unos cuantos trozos de pavimento mal asfaltado; un par de bancos destartalados frente al horizonte plano; cáscaras de pipas en el suelo y una lata que se vacía. “Qué envidia me da… Ojalá poder subir a un tren y huir hacia cualquier parte… ¿Quieres que bajemos al frontón? Va… Total, estamos solas y tenemos tiempo”. Todo el tiempo del mundo.
            Atocha es lugar de reencuentros y despedidas. Sus propias baldosas la delatan, dilatando el tiempo con el runrún de las maletas en los adoquines rugosos. El traqueteo del metro que se aleja devuelve los recuerdos al pasado para traer nuevos a coalición. Al presente inmediato, al ahora.
            Ahora la estación nos contempla, rodeadas de gente. Aquí no hay llanuras ni horizontes vacíos, y pese a ello nosotras seguimos estando solas, una vez más. Ahora no miramos los silos, sino la pantalla de horario-destino; pero en el fondo nada ha cambiado. El eterno retorno nos ha desplazado al mismo sitio, aun estando en el lugar al que siempre quisimos pertenecer.
            “Qué envidia me da. Ojalá estar de aquí a dos horas y cuarenta y cinco minutos en Barcelona… ¿Quieres que vayamos a Moncloa a sentarnos al sol un rato? Vale. Total, tenemos tiempo”.

            En ese instante comprendí la escasez de valor de las circunstancias. ¿Qué importa si es el Pocillo, las barcas del Retiro, la Iglesia o el Palacio Real? Pase lo que pase la vida nos devuelve al mismo lugar absoluto, donde todo a nuestro alrededor pasa, y nosotras seguimos aquí, absolutamente solas, contemplando la nada. 

lunes, 12 de febrero de 2018

EL PENTAGRAMA


            Últimamente me da por pensar que el romanticismo ha muerto. Las canciones han mutado: se han transformado en algo sin nombre ni alma. Pero no hablo de un romanticismo equívoco, sino del sacrosanto imperativo, la máxima expresión de libro, lienzo y pentagrama.
            Salir por la ciudad desnuda se banaliza día tras día, segundo a segundo, lágrima a lágrima. Las calles no están desiertas; nunca lo han estado. La música emana de cada antro, y todas se mezclan en el barullo de pasos y risas. Peleas coronan las esquinas y todos los cruces, hasta los de miradas.
            Estoy en una calle oscura, en pleno centro de la ciudad. Malasaña coronó a muchos artistas. Los ochenta parecen no morir nunca en sus entrañas. Los adoquines se hunden y levantan, hacen baches que dificultan el paseo de quien vaga en busca de nada más que un buen trago, y otro más, y otro más… Un traspiés y verse enredado en un bar. Junto a la barra la conciencia se emborrona y clarifica las ideas. No sé cómo ni por qué, el mundo ahora parece representar la escena más importante de la obra. Todos a sus puestos, todos ocupando su lugar, mirando al frente, su frente, su paladar.
            A ocho euros la copa la conversación obliga, impera, se abre paso entre conocidos y extraños. De repente el observador se ve involucrado en el juego de miradas: un juego en el cual el que gana siempre pierde, y viceversa. Esto no suele ocurrir, no en mi mundo, no a mi. ..
            Ya dieron las doce. Ya puedo tomarme la licencia de correr al nuevo día o dejarme llevar. La noche cerrada y sin luna no deja mucho lugar a opciones ni dudas. Detectar el paso del tiempo es casi imposible en un lugar como este, donde colisionan pasado y presente. No sé quién eres, no sé quién soy. No recuerdo cómo llegué hasta aquí, pero sé que no podría haber caído en otro lugar.
            No sé qué quieres, no sé qué bebes, pero es transparente y juega a mezclarse con mi bebida oscura y dulzona. Hasta la última gota. Hasta el último aliento se perpetúa el baile de luces y sombras. El escenario es un templo, y esta noche abre sus puertas a sus hijos pródigos. Interpretan sus himnos, comen su cuerpo, beben su sangre, cual ceremonia litúrgica. Se aman como en un ritual pagano. Sus manos se tocan, y son las mismas consagrando su buen nombre. Las mismas que el pasado siglo.
            Se apagan las luces, los siento cerca. Mis hermanos, revolucionarios. El ayer os trató como merecíais. Hoy la sociedad nos castiga por vuestras malas artes, pero no nos importa. A nadie parece haberle tocado el papel fácil en esta historia.  Tampoco lo es dejarte marchar tras esa hoguera. Ha llegado el momento del adiós, y a Dios encomiendo la gracia de volver a verte. A fin de cuentas no soy más que otra sombra proyectada por las farolas de las callejuelas, que por suerte o por desgracia, terminó envuelta en la nostalgia del bar de La Chica de Ayer.
A la mañana siguiente abrieron el sepulcro y ya no estaba. Desde Avenida Séneca, acordándome de El Pentagrama.