miércoles, 29 de abril de 2015

30 de abril

Quizá por mucho tiempo que pase está escrito que no entienda ciertos aspectos sobre ti y tus reacciones. De tu mirada fría y distante cuando estoy helada, de tus manos provocadoras. Y puede que tan escrito esté esto como que lo premedites todo. Como que desaparezcas o quieras castigarme con tu presencia acusadora que sabes que me mata de setecientas noventa y dos formas distintas. Una por cada día que nos conocemos. 
¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora? Porque tal vez algún día regreses a este punto (.) y te apetezca entender mis inquietudes. Por si acaso, solo por si acaso, deberían no borrarse de mi mente, que en este momento necesita de tus consejos más que cualquier cosa imaginable. 
Mañana me examino por penúltima vez, según lo acordado, de Historia del Mundo Contemporáneo. Al amanecer tendré que volver a obligarme a seguir con mi vida en nuestra peculiar relación amor-odio, pase o deje de pasar. Pero esta noche puedo permitirme sumergirme en mis locuras hasta que el sueño pueda conmigo y me derribe contra la almohada. Vacía, sola y eufórica. 

domingo, 12 de abril de 2015

Palabras

Solía pensar que uno es dueño de sus palabras independientemente de dónde se encuentre. En qué momento, en qué lugar, ¿qué importa? En manos de uno mismo se encuentra la posibilidad de liberarlas con solo entreabrir los labios, o encerrarlas para siempre en el aire contenido de su garganta. 
Estaba convencida de que las palabras son plásticas, capaces de moldearse y erosionar o recomponer corazones según sean empleadas por su creador. Porque no hay dos iguales. Porque, como todo, dependen. De la dureza, la sensibilidad, el marco externo y, sobre todo, de los labios que las formulen o las manos capaces de escribirlas. 
Creía que entre toda la relatividad que nos rodea aún existían leyes universales capaces de abordarlas. Que servían para salir del paso en cualquier situación; que eran suficiente. 
Sin embargo todas mis teorías se desvanecieron al encontrarme bajo el dominio de tu presencia. No saber qué decir, no saber caminar, ni reaccionar de ninguna otra forma que abrirme paso entre la gente hasta alcanzarte. Ni siquiera pude pronunciar tu nombre, y eso me hizo sentir impotente. Pero solo con tocarte, abrazarte y quedar inmóvil, supe que toda palabra podía obviarse en ese momento. Cuando lo único que oía eran tu respiración y tu calor protegiéndome del frío. Cuando me sentí renacer, después de todos los golpes del mundo.