He escrito muchos, pero muchos
poemas con esta pluma. Qué irónico llamar pluma a un puntero, a la punta de una
flecha. Mi vida es extraña, no lo puedo
negar. Siempre ha sido así. Pero últimamente las cosas parecían haber cambiado.
Parece, para mis costumbres,
contradictorio estar triste en Navidad. Soy nueva en la experiencia, y la
verdad, no me resulta agradable. Oigo voces en la cabeza, entre nostalgia,
esperanza y miedo. Aunque eso de la esperanza cada vez lo digo con la boca más
pequeña. Lo estoy perdiendo todo…
No me gusta, de repente, el calor
de la estufa de leña de casa de mi abuela. No me gusta el olor a horno por la
calle, ni las carcajadas de niños pequeños jugando a atraparse. Siempre me
entusiasmaron las canciones navideñas, y ahora la primera estrofa me resulta vomitiva.
¿Será porque he estado leyendo a Pablo Neruda, pese a las contraindicaciones?
No lo sé, y por tanto nada puedo
decir al respecto. Pero odio mi mundo cuando me siento lejos. Y así me
encuentro: aislada y vacía allí donde todos son felices.
Algún día intentaré cortarme las
venas con unas tijeras de punta redonda, y saldrá bien.
Quiero buscar dentro: removerme
la vida y las entrañas, los recuerdos… Quiero encontrar aquello que le devuelva
el equilibrio a la balanza. Solo mía. Hace mucho tiempo que empecé a colgarme
del lado equivocado, y ya no hay quien me asista. Mea culpa, por idiota: feliz
e infeliz.
Que se preparen la Bolsa y el
mundo. Los Felices Años 20 han vuelto.