Dicen que
contemplar la inmensidad del mar es el mejor remedio contra los aires de
superioridad. Y es cierto que el llanto más doloroso y abundante se camufla
entre las olas igual que una mota de polvo en el espacio abierto. También
funciona con el cielo y el abismo. Y pasa que Nietzsche tenía razón cuando
decía que si se mira durante mucho tiempo el abismo, al final este termina
mirando dentro del originario espectador. El todo dentro de la nada, para
salvarla del vacío.
El tiempo
nada mar adentro, se deja arrastrar por las olas hasta otras costas con menos
rocas, más arena suave y menos sal.
Creo que
por todo esto la naturaleza inventó acantilados. El lugar predilecto para poner
el alma a reflexionar es, en efecto aquel en el que rompe el tiempo con las olas.
Empapan cuando sube la marea los corazones rotos, con lágrimas de nostalgia,
alegría, soledad... Y a los sanos, a los fuertes, a quienes no tienen miedo,
les impregna el recuerdo de que el tiempo pasa, y erosiona. Las miradas, los
recuerdos, la tristeza.
Tiempo,
llévame hasta el lugar donde se juntan el cielo y el mar.
Cuando miras largo tiempo a un abismo - Esther Moral. Amoral