El mayor
temor es una hoja en blanco. Siempre pensé que volar no ha de ser tan difícil
como lo pintan. Sin embargo, últimamente las cosas cambian a mi alrededor a un
ritmo que asusta. Asusta como un libro inacabado; un capítulo sin cerrar.
Parece que
escribir ahora me es complicado… Hasta de esto llega a estar privado el ser
humano. Su vida, su alma, no siempre pueden ser plasmadas más allá del fondo de
la botella. Como el esclavo, el enamorado ahoga sus penas en un vaso. Solo así,
sola con mis pensamientos y un par de Martinis encuentro las palabras donde un día
escribí poemas y prosas, pinté cuadros, creé caminos. Pero los animales del
bosque devoraron mis miguitas de pan, y ahora no encuentro la forma de llegar a
casa.
Fue aquella
noche, entre brumas y horizontes. Tequila barato y trazas de azufre. Sufrías por
amor y estallaste en lujuria. Sigo siendo experta en reservar la última palabra
para una discusión que nunca acaba como querría. Desde el principio; hasta el
final. Siempre me quedo en el portal. Siempre en busca de nuevas historias sin
principio ni final. Siempre intentando hacer texto allá donde sólo existe
diálogo de locos. Delirios de amores frustrados, mejillas coloradas, pupilas
dilatadas y náuseas de madrugada.
Cuando la
ciudad duerme sus demonios salen a bailar bajo la lluvia de estrellas, campan a
sus anchas por las grandes avenidas. Melenas despeinadas; miradas tatuadas. Luces
de neón despiertan en las barras pegajosas. ¿Acaso alguien entiende el frenesí
de un beso? Una canción favorita que se repite en las discotecas nunca pudo
hablar más claro. Desde entonces no soy capaz de apagar la radio. Que suene y
resuene bien fuerte: nothing I can say, total eclipse of the heart.