martes, 24 de marzo de 2015

Confrontación entre existencia y tiempo

El mundo envejece lejos de mi mente, las calles cambian, el hierro de las antiguas vías se oxida, la materia se erosiona. La vida pasa tras la puerta de mi habitación y yo yazco en un rincón absurdo creado a propósito, para que tuviera cabida en este lugar. 
Millones de vidas terminan, millones empiezan. Innumerables historias inundan cada avenida y yo no puedo apartar la mirada del infinito. Me siento egoísta y poco ética al no poder abarcar por completo el espectro de la realidad; pero luego pienso en que yo, como ser humano compuesto de varias dimensiones (no tengo muy claro de cuántas), solo soy cuestión de tiempo, y el tiempo no es nada. 
Trasladado al universo matemático, el tiempo debe ser algo parecido al número cero. Demoledor. No avanza ni retrocede, sin embargo es capaz de tragárselo todo, y no podemos negar que su contraposición al infinito, que es la existencia, se traduce en una eterna lucha de titanes entre el todo y la nada en la que no se sabe ni quién ni cómo ganará, y que de una manera u otra nos perjudica, porque nos empequeñece.
El infinito elevado a cero (el todo a la nada; la existencia al tiempo) es una indeterminación que no sabemos de qué manera nos limita en todas nuestras funciones. Estas funciones son dispersas por los ejes cartesianos en toda dirección imaginable, teniendo en cuenta la extensión negativa que el tiempo no puede dominar. Aunque, por otra parte, el paso del tiempo es constante, mientras la existencia varía cada vez más. 
No obstante, como cierto o incierto, es realidad, podemos afirmar que entre los infinitos positivo y negativo (el ser y el no ser) hay un número infinito de infinitos.  Y, si cualquier número concreto de entre toda esta infinidad se eleva a cero, el resultado siempre será uno: el individuo.  
Todo esto solo para concluir que sigo siendo yo y mi circunstancia, como diría José Ortega y Gasset. Y, procurando descuidar lo menos posible de cuanto esté a mi alcance, no dudaré en ser egoísta para hacerla brillar más incluso que el frenesí de la dichosa confrontación entre parámetros que nos igualan, a ti y a mi, a infinito y cero. 

domingo, 22 de marzo de 2015

Obsesiones platónico-cartesianas

Mi obsesión por las teorías platónicas y cartesianas acerca de si cuerpo y alma podrían existir el uno sin el otro, o si todos y cada uno de nosotros estábamos abocados originalmente a ser seres perfectos y que, por ello, el haber quedado encerrados en un cuerpo lleno de necesidades y carencias es la causa directa de todos nuestros males. Me frustro en el intento de clasificar, de razonar y de intentar convencerme a mí misma de que nada de lo que en este mundo pueda ocurrir es real. Que la verdad solo puede ser hallada por el alma libre del cuerpo, por nuestro verdadero yo. Y por obstinada he olvidado hasta la sensación más pura y estimulante experimentada por ningún cuerpo. Ningún otro, salvo el mío. 
Hoy, cuando me falta el aire, recuerdo aquellas palabras que después de dos años regresan a mí como un silbido en el viento que representa la sinfonía perfecta. Y me eriza la piel cuando traslado el escrito a su voz suave como el susurro de mis lágrimas al caer, o la caricia de sus labios en mi frente.  No necesitaría respirar.. Dejaría de hacerlo sin dudarlo. 
Y si tus palabras son capaces de hechizarme, qué podría decir de todo lo demás. Tu presencia me recuerda a las temperaturas suaves... Estando en un mismo lugar, a tu lado, me siento segura y cálidamente arropada por el domino infinito de tus pupilas, que lo abarcan todo. El problema llega cuando tú te vas. Entonces el fuego me congela y el hielo me abrasa... Al igual que cuando tu piel roza la mía. El colapso de sensaciones es tan grande que no encuentro alegoría capaz de describir nada. Nada. Porque todo fue antes nada, y nada queda en mi alma vacía si te apartas de mi lado. 

viernes, 20 de marzo de 2015

El clon de un escritor

El cianuro a mano derecha, la copa de agua templada a la izquierda. Es curioso que a estas alturas él mismo se preocupase por la salud de su garganta. Siempre odió el agua con hielo, la sensación fría al deslizarse hasta el estómago le resultaba nauseabunda. Esto, sin embargo, pareció no importarle a nadie.
 "...Ni eso ni que me duela el dolor. El dolor de no ser yo mismo, de no ser nadie. Nadie. 
Se supone que la verdadera versión de mí nació y murió hace más de cuatro siglos, y que en su vida creó algo importante. Él luchó y se ganó con creces la reputación que incluso hoy le pertenece. Y yo, ¿qué soy? Sólo una copia exacta de su cuerpo. Ni siquiera tengo un nombre propio con el que identificarme. Se limitaron a darme el suyo. El suyo, no el mío. Ya no puedo soportarlo." 
El clon del escritor agarró entonces la copa con una mano y la cápsula con la otra. Garabateó algo en un post-it que tenía delante (en efecto, el verdadero Miguel encontraría ese trocito de papel incomparable a sus obras) y, sin pensarlo más, tragó. 

Aquí termina la vida de Nosequién de Cervantes Saavedra 2015-2040.

viernes, 6 de marzo de 2015

5 de marzo

Prescindir de la tranquilidad para escribir es una tarea peligrosa, pues el temblor de los nervios acariciando la piel puede hacer bailar las palabras, posicionándolas entre comas indebidas. O aportándole un equivocado matiz dubitativo que pretenda alejar a la veracidad de lo que es, de que ha sido cierta. Del hecho de haberse convertido el sueño en realidad. Hoy aprovecho que la calma ha vuelto a cada uno de mis sentidos alterados, y que la emoción no ha querido abandonarme todavía, para situarme por enésima vez en el último día y medio en el momento en que te encontré y me encontré a mí misma. 
En los minutos previos, llena de incertidumbre, paseo de un lado a otro nerviosa e impaciente frente a la puerta de la casa de don Félix Lope de Vega, apodado el Fénix de los ingenios. El tiempo pasa y se pierde en el lejano horizonte, atravesando los edificios que cubren el sol, y el grupo sigue sin aparecer, vagando por el interior de la vivienda. El calor se vuelve frío y este se condensa en mis lacrimales. No lo soporto más. Necesito escuchar su voz. Y el hacerlo me tranquiliza, como ha hecho siempre desde hace ya dos años. Continúo esperando aún impaciente, pero un poco más calmada. 
De repente el grupo aparece charlando animadamente por las escaleras y encuentro la felicidad más absoluta que podría albergar en mi pecho (por ahora). Echo a andar a paso ligero a través de calles en las que nunca había estado, de camino a la Plaza Mayor. El aire no se mueve ni un ápice, o al menos mi piel no es capaz de captarlo. Mi mente avanza incluso más rápido que yo, que casi corro y soy incapaz de mirar atrás. Ya queda poco. 
Nada más poner un pie en la plaza me detengo un instante a respirar, teniendo la certeza de que me costará hacerlo hasta, como mínimo, un par de horas más tarde. Al mismo tiempo ordeno a mi pulso que resista tan solo unos minutos. Unos minutos más y será libre para dejar de latir si es que le apetece. Entonces toma impulso y se prepara para comenzar a acelerarse lentamente. Yo tomo conciencia de dónde estoy. Miro al frente y mi mirada tropieza con la de la estatua del rey Felipe III a lomos de su caballo y, un poco más abajo, con la suya.  
Me quedo paralizada por un breve pero eterno periodo de tiempo, hasta que alguien me agarra del brazo y tira de mí obligándome a caminar. Eso me hace reaccionar y percatarme de que la espera ha terminado, que lo tengo en frente al fin y que no puedo resistir un segundo más sin abrazarlo. Ahora corro sin casi notarlo y, como una llamarada que explota en mi interior al no poder seguir siendo contenida, una voz clara, firme y feliz con cierto tono desesperado surge de lo más profundo de mí gritando su nombre. Él me mira ahora y, para entonces, yo ya he llegado junto a él, y lo abrazo como si nunca más quisiera soltarlo (realmente no quería hacerlo). 
Según testimonios de Lalu y Cristina, a nuestro alrededor se producen múltiples y diversas reacciones en relación a lo sucedido, pero yo no percibo ni una sola de ellas. Porque ya no hay nada más que su presencia; su pecho delante, sus brazos cubriendo mi espalda y sus ojos sobre mi frente. No hay estatua a sus espaldas, no hay plaza a nuestro alrededor, no existe suelo bajo mis pies ni cielo sobre nosotros. Solo él, solo yo. Solo nosotros. 
Ese momento se mantendrá permanente en algún lugar. En alguna dimensión remota, aún no me habré separado de él. En algún lugar, aunque sea solo en mis sueños, no lo soltaré jamás. De eso puedo estar segura.