miércoles, 28 de octubre de 2015

Querido rey filósofo:

Después de mucho tiempo sin pensar en el pasado, esta noche de vigilia me he acordado de ti. He regresado a aquella nebulosa brillante que envolvía nuestras coyunturas en la época arjeica: la época de principios, y también de finales. 
Quién iba a decirme, mi querido rey filósofo, que a pesar de todo lo vivido hoy sería capaz de eludir tu mirada de mis recuerdos. Hoy he vuelto a aquellos días previos a todo, cuando los taburetes chirriantes de la Sala Onírica intentaban eclipsar tu voz, y es esto precisamente lo que me hace reír a carcajadas de nuevo: traer a mi mente cada una de tus clases. 
Parece que fue ayer cuando sufría por no encontrar otro maldito objeto que colocar en aquel detestado  Horror Vacui que nos llevaba por el camino de la amargura, aun teniendo la ventaja frente al resto de haber establecido una lámina viviente en mi mesa de trabajo que copiar. Calqué más gatos azules que en toda vida al trasluz de las ventanas. 
Tus ovoides, tus spots publicitarios y tus fieles nueve líneas como método de expresión me acompañan hoy día, pues con ellos me enseñaste a observar por primera vez la realidad como un compuesto que se podía abstraer. Porque, en el fondo, no se trata más que de coger lápiz y papel y atreverse a imaginar. 
<<Los números pueden formar números>>, dijiste, y yo te escuché; pero sólo ahora me atrevo a entender lo que eso significa, cuando mis números se han convertido en letras y estoy acotada a descubrir qué demonios querían descubrir las unas dentro de los otros. Todo hecho está integrado por al menos dos opciones, y el caso de las cifras no pretende confirmar ninguna regla imperativa e inmutable, pues estas deciden si agruparse entorno a un todo mayor o permanecer en su estado de individuo. O, más bien, somos nosotros quienes determinamos su valor, y eso significa que nos valemos de operaciones como ancla; como pilar para sostener todo lo abstraído. 
¿Lo ves? Incluso estando tan lejos de entonces, aquellas cuatro paredes me hacen pensar en lo que más odio como algo bello. Sin aquel caldo de cultivo hoy Esther no sería Esther, y a ella (a mí) le gustaría que vieras en quién se ha convertido, profesional y personalmente. 
Ahora dilúyete en el caleidoscopio de la vida otra vez. Yo seguiré paciente, manchando con salpicaduras de pintura la pared, esperando a que las piezas, en un momento inesperado, vuelvan a encajar. 
Y perdona rey filósofo a esta alumna tuya que no deja de filosofar. 

Moraline.

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