martes, 15 de septiembre de 2015

El fantasma de la PAEG

Hace mucho que no escribo nada acerca de ti. Al menos no de forma directa, como hacía un par de años atrás. Pero hoy la ocasión lo merece, porque al fin ha llegado ese día que me trajo el resto con cuentagotas, exasperantemente despacio. Y porque te lo debo, o más bien os lo debo: a ti y a la Esther de cuarto de ESO, aquella que tantas palabras te dedicó. 
Hoy yo, la persona que se ha formado y ha llegado a ser quien es desde entonces, volveré a crear literatura para vosotros. Y al fin lo digo sin entrecomillarlo pues la producción encaja en los parámetros de la definición de dicho vocablo. Lo de su calidad ya es otra historia. En cualquier caso, algún día encontraré mis máximos y tendré el valor de superarlos. 
Esta mañana, no voy a negarlo, estaba nerviosa, impaciente, quizá un poco inquieta por aquello de lo cual hemos hablado largo y tendido sobre cumplir o no espectativas: tú las mías y yo las tuyas. Quién sabe si, después de todo, no brillo tanto como sueles decir y en lugar de retumbar, la fuerza de mis pisadas suene como porcelana resquebrajándose al impactar contra un suelo de cristal. Pero ante todo no podía —ni puedo— evitar estar contenta, sonreír. Fue demasiado tiempo tachando días en el calendario.  
Tienes razón, resulta que al final todo llega. Aunque lo hayamos contado en años, en meses, en días...  llegaron los minutos. Y ahora que te he visto cruzar esa puerta del pasillo de la cueva y sentarte frente a mí y otros tantos jóvenes asustados por el fantasma de la PAEG, el asunto ha cambiado de nivel. Ahora no es más que cuestión de esfuerzo, ganas, trabajo, constancia y dedicación. 
Espero que el tiempo que vamos a compartir este año cumpla para ambos, con lo que cada uno espera del otro. Y que, cuando este finalice, no te olvides de mí, Johnny. Yo no podría olvidarte ni aunque quisiera. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario