sábado, 22 de febrero de 2014

Las limitaciones de la normalidad

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que dejé de ser tan tontamente inocente? Volcarse por los demás sin esperar nada a cambio, de manera total y absolutamente altruista parecía algo admirable. La teoría era bonita. Muy bonita. 

El viento no cesará jamas. Los ríos no enderezarán su curso por miedo a arrastrarse en su caudal. No habrá barca, no habrá remo, no abrá sitio al que agarrarse. No habrá nada, sin embargo no dejará de haberlo todo. Y a pesar de ello, tú seguirás de pie. Manteniéndote firme, aguantando la respiración, sin dejarte llevar ni vencer. Pero sin poder escapar de la alucinación.

La normalidad es el campo de batalla sobre el que luchan los extremos de una sociedad con el fin de hacerse vencedores. En mi caso no es más que un espectro latente en lo más profundo de mí, de mi espíritu, de mi voz, de mis entrañas. Aparece cuando debe hacerlo, pero nunca consiguió dominarme. La normalidad está limitada. Siempre se limita a las meras apariencias.

Las fuerzas normales del resto de personas que componen mi entorno forman ángulos rectos. Perpendiculares los unos a los otros, destinados a cruzarse en un determinado punto. Yo no soy normal; soy paralela. Paralela al resto de la maya de caminos que componen la realidad. 

Paralela. Quizá en algún lugar del infinito haya alguien como yo. Quizá el infinito esté mucho más cerca de lo que podría imaginar. Tal vez se corresponda con la infinidad de las pupilas transparentes y entrañables. 

                                                                                                         —Reven

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