Camino moribunda
por el pasillo: todo en calma, todo muerto. Todo es gris. No oigo nada, no veo
nada, no percibo ningún olor. Solo el tacto me funciona. Solo mi mano blanca y
helada sabe que acaricia los barrotes de la escalera, solo mis pies saben que
van bajando peldaños.
De pronto vuelvo
a sentirlo; puedo oírlo. La débil ráfaga
de ese color cálido e indefinible regresa. El matiz está volviendo.
Me giro, lo
busco con la mirada impaciente, desconcertada, nerviosa, desesperada,
paralizada… Pero nada. No hay nada. Mi mano izquierda agarra los barrotes, mi
mano derecha me aparta el pelo de la cara. Trago saliva y espero. Espero a que
ocurra un verdadero milagro.
Mis nervios
crecen; alguien baja... Y de repente, igual que nació el tiempo, el matiz se
desvanece. Mi cordura reaparece. Otra persona camina en su lugar.
—Reven
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