lunes, 1 de septiembre de 2014

En nuestra realidad

Dicen los medios que allá en Oriente Próximo, una terrible guerra arrasa la tierra teñida de rojo, y todo lo que encuentra a su paso. Puñados de bárbaros que amenazan y aterrorizan a inocentes. Sin discriminación alguna.
Por otro lado, culturas y terrenos a punto de resquebrajarse, sufren la lucha de dos bandos: el mutilado y el que reclama lo  que es suyo. Pero nuestro no es nada más que el cuerpo que nos mantiene atados a este lugar.
Robar está permitido, pues la justicia está mal hecha, y el criminal jamás paga los platos que rompe. En cambio, si alguien coge algo por necesidad, las puertas de la cárcel se abren de buena gana para él. 
También se escucha que, de vez en cuando, sube la bolsa. La noticia es motivo de júbilo, y todos se alegran. Sin embargo, los poderosos jamás abrirán la mano a buena voluntad, no tanto como ellos dicen. La economía crece para ellos, y ¿qué queda para los demás? Hambre y condenas para aquel que intenta sobrevivir. Gente que aquí es arrancada de su hogar, personas que allá mueren por abolir la desigualdad social. Y el rico, en su mansión, pone cara de pena, pero ya está. Ese no es su problema.
Sobre daños, pérdidas y horrores se habla. Para daño el que el hombre insiste en hacerse siempre a sí mismo.

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