viernes, 20 de junio de 2014

Las tierras del oro.

Esta mañana salí de casa con las sandalias y el vestido, así podría combatir el calor. Dejándome abrazar por el viento, desciendo la Calle Mayor hacia la plaza, de camino al autobús.
En clase jugamos al Trivial con Hester, en clase de Historia. La última clase de Historia. Reímos con suposiciones y respuestas falsas, algunas ridículas, otras que bien podrían guardar cierta semejanza lógica paralela a la realidad. Toca el timbre y bajo todo lo rápido que me dan las piernas en busca de Johnny. No puedo irme de aquí sin despedirme de él. Después de todo.
Me aferro con las uñas a los últimos instantes que me quedan aquí, no quiero que todo esto termine. No debería terminar. Pero ya es tarde. Demasiado tarde.
Ahora estoy en el coche, camino a Valencia. Rodeada de tierra, campos de cebada (cebá, en términos agroambientales),  frente a la carretera, me pierdo en el horizonte de un paisaje cualquiera. Lejos del calor sofocante y el frío invernal de la cueva.

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