viernes, 6 de junio de 2014

De defensa: hormonal y estructural

Cierto día bajaba a Educación Física, un jueves a tercera, sí. La mochila tenía un asa más larga que la otra y, a consecuencia, avanzaba molesta. Lo raro es que no llevaba ropa de deporte. No sé. El caso es que en la puerta del laboratorio de Biología se oían reproches y lamentos a un volumen lo suficientemente alto como para captar mi atención.

Dejando atrás el tiro de escaleras me aproximé a la zona cero. Por curiosidad, simplemente. O qué sé yo; ¿y si estaba pasando algo? Una alumna de 2º de la ESO le replicaba a su profesor de Ciencias Naturales (que es el mío de Biología) el haberle puesto una amonestación a su juicio inmerecida. En ver que allí no se me había perdido nada hice ademán de volver sobre mis pasos, pero un golpe seco contra María me recordó que teníamos clase en el laboratorio. 

Resulta que era lunes. Hacía un momento que la mochila se me había enganchado en el respaldo de la silla. Caminaba sin saber adónde iba, ni de dónde venía. Todo encaja. En cuanto sonó el timbre subí y bajé de nuevo, a la esquina de Crisálidas.

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