lunes, 2 de junio de 2014

Bayona (1807)

Hoy es un día importante. Importante para todo.

Esta mañana bajaba con tiempo a la parada de autobús (lo juro). Esta mañana he podido permitirme incluso aminorar la marcha para esperar a un alumno de mi pueblo que va a 1º de Bachillerato (de Ciencias, aunque no estoy segura de que tenga claro qué hacer después) y saludar a las mujeres madrugadoras de la plaza las cuales aguardan pacientes a que el frutero despliegue su tenderete y así llevarse las mejores piezas en venta.  

El mercado se había extendido más de lo habitual, había puestos hasta casi la mitad de la Calle Mayor. Como siempre, avanzo esquivando cajas y barrotes desperdigados por todo el suelo, solo que más tranquilamente ("Hoy tengo tiempo"). Una leve sacudida de aire me revuelve el pelo y, no sé por qué, me hace girar la cabeza 90º a la derecha. Estudio la bandera roja y amarilla deshilachada mecida por el viento unos instantes y al fin la dejo atrás. 

A cuarta hora me sorprende un extraño examen de Ética: breve y conciso como jamás los he visto. Pero, claro, la cosa tenía truco... Me explayo en la segunda pregunta. Contesto todo lo que llevo en mente, todo lo que soy capaz de procesar y aplicar a la práctica. Y al terminar el profesor dice que no era necesario tanto, que no sabe si podrá dármelo por bueno. "Pero si yo lo he..." qué más da. 

 Después dos compañeras me abordan para hacerme mil preguntas que ni siquiera entiendo sobre el viaje de fin de curso del año que viene. Como muchas otras veces suelto respuestas que elijo al azar. Ellas parecen satisfechas. Johnny cruza el pasillo y nos saluda (creo que tiene clase en 2º de Ciencias). Héster aparece de repente en la puerta de la cueva y me acerco a ella. La verdad es que ya no recuerdo de qué hemos estado hablando. 

En clase de Lengua: literatura de la posguerra. Bien.

De vuelta a casa, Lalu me comenta las posibles semejanzas entre los dirigentes políticos españoles y los dictadores del siglo XX (extrema derecha = fascismo, extrema izquierda = comunismo). No estoy segura de cómo la conversación ha llegado hasta estos límites. Decido terminarla. Vale, la mayoría de honrados lo justo, pero tampoco creo que merezcan tales insultos. Al menos de momento. Vamos, que no se puede hablar...

Dos idiotas, porque no se les puede llamar de otra forma, se meten con un compañero de clase. Qué se le va a hacer, los niñatos se creen superiores por nada. Suelto una borriquería que no escribiré, pues no me siento orgullosa de ello, y me largo. 

Sobre mi mesa descansan dos de mis libros del año que viene: Historia del Mundo Contemporáneo y Matemáticas Aplicadas a las Ciencias Sociales. Son muy gordos. Los hojeo (u ojeo) y veo cosas que me resultan raras, como jeroglíficos enigmáticos que nadie hasta ahora ha podido resolver. Justo por eso me atrae, porque es difícil, y la dificultad me excita. Me recuerdan a la Piedra de Rosetta, a Napoleón, a Carlos IV, a José I, a Goya y a un tal Fernando.

Termina una época, la realidad, el día a día de España de los últimos treinta y nueve años. Y, como siempre que algo acaba, debe haber un nuevo comienzo. Un comienzo incierto en este caso, confuso, indefinido, expectral. La bandera tricolor ondea en alrededor de sesenta puntos en todo el país. Bandera que siempre defendí, pero que ahora no me inspira la confianza que esperaba.

La fecha de hoy saldrá en los libros de Historia de dentro de años. O, como debería de ser pero no es porque los recortes no lo permiten, en el mío del año que viene. O en el dentro de dos.  

                                                                                                     —Reven

Bayona, 2 de junio de 2014

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