martes, 6 de mayo de 2014

Nuestra revolución

En la madrugada del sábado la tranquilidad del pueblo se resquebraja y, de repente, comienzo a toparme con gente a la que nunca había visto por sus calles. Y es que un buen grupo mueve fronteras. Incluso aquellas que jamás se han empapado de otra música distinta de la comercial, de esa que me da tales dolores de cabeza.
Amanece el primer domingo de mayo después de una noche corta y cansada. La alarma suena, y recuerdo casi todo lo vivido hace solamente cuatro horas. El tiempo exprimido hasta el extremo, luchando por aguantar, por permanecer en el pabellón un rato más. Por escuchar una última canción. Un último chillido, un último acorde de guitarra.
Me levanto con un aspecto increiblemente sereno, con un rostro en el que parece no haber lugar para el cansancio. El agua caliente de la ducha me despeja un poco más antes del final. Antes de poner un pie en mi habitación para ponerme los pololos, el cancán, las enaguas, los lazos y el cuerpo por última vez. Antes de coronarme una vez más.
En la placeta encuentro caras conocidas que me acompañaron anoche, las de Paula y Lalu entre ellas. Paula viene hacia mí y me abraza. Sabe que estoy cansada, sabe que el agotamiento no nos es favorable, sabe que esto es demasiado difícil para mí. <<¡A sus puestos!>>, comienza a sonar la dulzaina. Recorremos con nuestro baile incesable la Calle Mayor, y noto los golpes del tambor y las castañuelas como un martillo en la cabeza. Las horas de sueño robadas no tardan en pasarme factura.

Nadie. Absolutamente ninguna de las personas que zarandean al Cristo es consciente de nuestra fatiga, de nuestro dolor, de nuestra impotencia y nuestra ira. De mis ganas de llorar al sentir que no podré acompañarlo hasta el final por última vez, como le prometí. Ni un buen gesto, ni una buena palabra, ni una buena intención para sus danzantas. Nada.
Rendidas, hartas de calor y de martillazos, nos adelantamos hasta la iglesia. Tras mucho tiempo de espera, hallo una rima perfecta para definir el momento del adiós y la recito en voz alta. Todos me aplauden y regresa elsilencio y la indignación. 
Al fin escuchamos gritos de gente y estruendos de trompetas: el Cristo está regresando. Miguel toca la dulzaina de nuevo cuando está cerca. Pretende que avancemos hasta la puerta del templo, pero nosotras nos quedamos en el sitio, en orden invertido. Danzando a los pies de la imagen...
La ira acumulada de unas se une a las ansias de venganza de otras y a mi mayor añoranza: la de seguir hasta el final. El conjunto estalla en una petición de bailes diversos, seguidos, sin descanso, que todas bailamos con fuerzas alimentadas por nuestras propias motivaciones (odio, venganza, devoción...). Palos a la Zamarra, Los Rusos, Levantad, Muchachas del Oro y... El Pájaro. Para mi sorpresa, mi baile más odiado es también el que danzo con más alegría, más soltura, más emoción, más energía. Y el último de todos. 
Ya, frente a la iglesia, volvemos a danzar en nuestro sitio. Las notas se consumen, las lágrimas comienzan a emborronarme la vista, pero sigo danzando. Sigo, sigo, sigo... Hasta la última vuelta. Hasta el último suspiro, feliz de nuestra revolución. Al fin le damos a nuestra despedida el final que se merece.

Haber sido danzanta es la marca que me hace de mi tierra. En mi vida podría hallar un honor y un orgullo más grandes. Hoy puedo sentirme feliz por todos estos años. Hoy vuelvo a recitar mis palabras frente a la imagen del Santísimo Cristo del Pozo. Hoy prometo que estaré siempre que me necesite. 


Santísimo Cristo del Pozo:
orgullo de tresjunqueña 
es haber podido danzar
desde que era tan pequeña.

Nosotras hoy nos retiramos,
pero no pienses que te olvidamos:
a las jóvenes promesas
por herederas dejamos.

                             E.M.M. (Para Paula y Lalu, a la atención de nuestro Cristo y de todas las danzantas que un día te dijeron adiós. Así como a todas las que quedan por llegar hasta tu luz.)

                                                                                                                             —Reven

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