Unas palabras
agradables llegan a mis oídos y no puedo reprimir el acto reflejo. No
quiero hacerlo, ahora soy consciente, soy dueña de mis pensamientos y
mis movimientos. Pero también de mi libertad y mi armonía dulce y
reprimida. Sin dejarme apresar de nuevo, alargo el brazo y acaricio la
mejilla del Instructor. Dura un instante, pero me hace sentirme bien.
En
clase de Historia apunto todo lo que soy capaz de retener. Plasmo las
fugaces palabras de Hester dibujando rápidamente cada letra en el folio
que descansa sobre mi mesa. La carpeta me estorba, la meto debajo de la
mesa. Recuerdo cuando Dee Dee me regañaba por tener la mesa abarrotada
de materiales. Él los llamaba <<trastos>> y yo me enfadaba
momentáneamente. Todo era necesario, desde el montón de folios con
bocetos a medio hacer hasta los pinceles.
El
timbre toca y recojo la mesa con calma, tanta que me olvido de la
carpeta, la cual quedará allí hasta el día siguiente. Pero aún no lo sé.
Bajo las escaleras con las manos libres, con la sensación de que me
falta algo, junto a Hester y un par de compañeras. Hablamos de un examen
pospuesto, el de la II Guerra Mundial, así como de otro que está por
fechar (de la Guerra Civil, creo haber oído). Veo a Johnny salir de su
departamento y refreno el paso. Me quedo algo atrasada con respecto a
las demás caminantes, esperándolo.
Me
alcanza. Pone su mano derecha sobre mi hombro, me pregunta algo que
creo haber entendido y yo respondo de forma automática. La voz de mi
esencia grita y se escapa por cada uno de mis poros, que palpitan con
unanimidad. Mi mano izquierda suelta a la derecha y se posa sobre su
espalda. Con asombro me percato del nuevo acto reflejo; esta vez no lo
he meditado. He aquí las manifestaciones de una mente liberada de
prisiones. Una mente desprovista de los grilletes impuestos por mí
misma.
—Reven
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