lunes, 24 de marzo de 2014

Aula C-31




Anoche estaba nerviosa, ya lo creo. Nuevamente vuelvo a permitírmelo. Después de todo, la ocasión lo merecía. 

Tras horas y horas retocando la ocupación de mi tiempo y de mi vida, disuelta en intervalos diarios de cinco horas, me convenía dormir. O más bien intentarlo, pues un millar de mariposas decidió asentarse en mis tripas y clavarme sus patitas de alfiler durante toda la noche. 

 Mi pulso acelerado palpitaba incluso más deprisa de lo que avanzaban mis pies suplicantes por no llegar tarde a la parada de bus. Ni el más absoluto reposo podía calmarlo. 

Durante horas el traicionero miocardio martilleó mi pecho y mi piel. Me obligaba a escribir más rápido, al son de la voz dictadora de problemas matemáticos que anhelan desesperadamente una solución. Y nosotros, como tontos, siempre dispuestos a brindársela. Sin importarnos si quiera el hecho de pasarnos media vida buscando la x. Sin reparar en que, una vez encontrada, siempre vuelve a perderse. 

La sensación nervioso-dubitativa  crece. Los alfileres se convierten de repente en cuchillos tan largos como mi antebrazo. Y el resultado se me clava fuertemente en las tripas, como si fuera una puñalada. 

Y ni el propio estallido puede acallar mis gritos latentes. Ni puede apartar mi mirada de aquel punto lejano del infinito. Ni puede apagar mi sonrisa. 

Como si fuera una puñalada. 


                                                                                                                            —Reven

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