miércoles, 27 de mayo de 2015

Murmullos emergentes

Esta mañana salí del aula en hora lectiva para refrescarme y ahuyentar la náusea matutina, por ligeramente que fuera, producto del olor a recocido típico del miércoles a tercera, después de dos clases con unos treinta y dos asistentes. Alcanzado el pasillo empecé repentinamente a respirar mejor. La pastosidad de garganta y estómago casi habían desaparecido. 
Las puertas del resto de aulas estaban abiertas (imagino que con el mismo propósito de ventilar, bien fuese por la anterior hora de Educación Física o por el hedor propio de la secreción hormonal juvenil). Se oían murmullos emergentes de cada habitación: un chillido, un par de risas simultáneas, un libro cayendo... Pero de entre todas, como ocurría allí arriba, se escucha la voz de Johnny rompiendo los esquemas del barullo, pues su pausa y su profundidad irrumpen en el alboroto como los segundos en las horas, marcando un cierto compás en la inmensidad. 
Ya hace un año (y digo ya como podría decir todavía, porque el paso del tiempo ha sido tan inmediato como lento) que dejé, salvo en casos puntuales, de escribir a lo imposible. Recuerdo lo bonito e increíblemente fácil que era. También es bonito volver a escuchar ahora las canciones que me recuerdan a aquella época, a aquellas personas que han tomado cierta distancia por circunstancias de la vida. Cuando no entendía la relación entre el amor idealizado y Platón. 
Al pasar frente a la última puerta a la izquierda del pasillo, según mi punto de vista, y mirarlo directa e indirectamente al mismo tiempo, sentí la tentación de bajar a Crisálidas, al pasillo en el que se encuentra la Sala Onírica. Lo habría hecho de no ser porque Dativo estaba al final del pasillo, vigilando como un guardián. A cambio pasé al baño y me miré al espejo, dándome cuenta que incluso la versión de mí misma de aquella época se ha alejado de mí, aunque en el fondo nunca me haya abandonado. 
Mis manos, mi pelo, mis ojos son los mismos que entonces, sin embargo es inevitable verme infinitamente distinta, y es porque sin darme cuenta he crecido. Mis conocimientos han aumentado exponencialmente en multitud de ámbitos, todo a cambio de días y noches sin parar de trabajar y esforzarme para conseguirlo. Porque todo tiene un precio, aunque este no esté fijado en unidades monetarias. 

Normalmente no permito que nadie escuche mis canciones en voz alta y en mi compañía. Digo mías porque cuando están vinculadas a mis recuerdos, así lo son. Y es así porque en tales momentos los acordes y las letras destapan mis sentimientos y los dejan fluir por la atmósfera. He de reconocer que, incluso llegados a este punto, me da cierto reparo que cualquier persona pueda acceder a ellos. 
En cambio, en la excursión al prado me levanté de mi asiento y llevé el auricular de mi móvil hasta la oreja de Johnny para que escucháramos Los Ramones juntos. Tiempo atrás le mostraba a Dee Dee grabaciones de mis ligeros progresos con la guitarra y compartíamos grupos y canciones. 
Ahora me apetece desenchufar los cascos y escuchar las canciones del pasado en voz alta. Y volver a su presencia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario