lunes, 4 de mayo de 2015

La danza

Hay momentos en los que una llora aun habiéndose prometido lo contrario, y otros que se fuerza a ello tan solo por seguir sintiendo algo. Alguien me dijo una vez que se puede vivir sin las ganas de reír, pero no sin las ganas de llorar. Quizá después de haber dejado el umbral del dolor en el olvido, sea lo único que nos queda para sentir algo de humanidad y, sin ellas, simplemente dejamos de pensar que esto va con nosotros. Pero esto es solo una reflexión aparte que nada tiene que ver con el tema de esta entrada. 

Pensándolo bien, en verdad sí existe un punto de acuerdo con el anterior párrafo, concretamente con eso de prometerse no llorar. Y es que desde el principio tuve claro que al volver a escuchar las castañuelas fuera de casa, la dulzaina atronando el murmullo de la gente y la respuesta del tambor, la nostalgia se apoderaría de mí. Sin embargo el viernes de víspera, cuando me peinaba frente al espejo, vestida de negro esta vez, me prometí que aguantaría al menos hasta el momento de los dichos, en el que Tresjuncos entero se emociona y llora uniendo sus voces en los "vivas" al Cristo del Pozo. La licencia se extendería al día siguiente por la tarde, cuando el Cristo fuera devuelto a la iglesia acompañado del himno nacional (detalle que, por otra parte, no dejaría de representar cierto matiz franquista, de no ser porque hace poco volvieron a poner a las andas sus cintas rojas), el cual está cargado de despedidas, y en él todos los años acabo nadando en mares de lágrimas. 
Como decía mi propio permiso estaba acotado y reservado en exclusiva a dichos actos (con ciertas permisiones puntuales). No obstante, por suerte o por desgracia, soy experta en saltarme a la torera normas de este tipo sin mayor trascendencia.  
Ese mismo día Paula llamó vino a buscarme a casa para bajar juntas a la placeta desde donde las danzantas bajan a la iglesia. Comentamos un total de seiscientas veces lo diferente que era todo desde nuestra nueva perspectiva como espectadoras, saludamos a un par de amigos e hicimos fotos varias. Hasta entonces la "polvorilla" de mi estómago era una bestia controlable y dulcemente dormida. Hasta que de repente nos encontramos con la que había sido nuestra primera profesora, la que nos lo enseñó todo acerca de la danza, quien nos midió durante años para asignarnos el puesto en las filas que nos correspondía, la que me consoló cuando tanto Lalu como Paula y algunas de las chicas más pequeñas habían crecido y yo seguía igual (lo que me hizo retroceder y me quitó el sueño de llegar a guiar las filas algún día). Aquella que tuvo que retirarse de esta especial enseñanza cuando la edad la dejó sin fuerzas para continuar con su labor, se acercó a nosotras ayudada por el andado y nos dijo que la abrazáramos, que nos quiere mucho y que sabía lo duros que iban a ser momentos como aquel (lloré entonces y lloro hora al recordarlo). 
Después llegó la salida. Esas primeras corcheas que nos destrozaron a las dos mientras bajábamos la calle como dos personas más, camufladas entre la multitud acostumbrada a pasar desapercibida durante las fiestas. 
Le siguieron el Cordón, Palos a la Zamarra, el Cruzado, los Rusos, la Jota, el Arao'... y hasta el Pájaro, además de los dichos, la procesión y el día en Triana. Los detalles me los ahorro porque imagino que se ha captado la idea general. 
Ahora que miro atrás y recuerdo cuánto me quejé de aquel cansancio, valoro lo que el dormir poco y el bailar mucho suponían. "La esperanza de muchos, la mayor alegría". Realmente una danzanta no ve el momento de colgar las enaguas y guardar las castañuelas, pero todas tenemos que crecer y dejar paso a las de atrás, como ya hicieron muchas, y como las que hoy todavía conservan en la cara la redondez infantil harán algún día. Hoy miro los centenares de fotos que conservo de aquella época mágica, y puedo asegurar que por el momento ha sido la experiencia más especial de mi vida. Es un honor haber formado parte de esta historia y seguir haciéndolo a día de hoy, aunque en los archivos de la danza figure como parte del pasado.

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