jueves, 26 de febrero de 2015

Escribiendo nuestra realidad

Quién pudiera viajar mil años en el tiempo, hacia atrás, para observar los millones de pequeñas historias de cada ser humano. Como ocurriría hoy, todas ellas fueron el mundo de cada persona que las construyó. Terminaron desapareciendo. 
Quién pudiera viajar mil años en el tiempo, hacia delante, hacia el futuro, para conocer los cientos de millones de nuevas historias que se crearán. Las que desplazarán a las de nuestros días;  las nuestras, al igual que nosotros hicimos con las anteriores. Pero ¿por qué nos recrimino esto si tanto yo como quien me lea ahora, que ya me haya leído alguna vez (si es que existe dicha persona) sabemos quién es el culpable? ¿Por qué he intentado defender al tiempo? No es propio de mí. 
Cuando soy feliz no puedo percibirlo: me niego a reconocer que todo esto tendrá algún día su final. Sin embargo cuando los pilares de mi mundo tiemblan, pienso en la totalidad que nos rodea, y en lo que un día ocupó nuestro lugar. Entonces me doy cuenta de que somos verdaderamente fugaces. Tan solo efemérides perdidas y futuramente olvidadas. 
Hoy no sé qué soy, ni cómo estoy. Pero es el aniversario de una de estas efemérides pasajeras. Solo desde aquel día tuve la certeza de que en esta realidad hay algo para mí, de que el marco de circunstancias me permitiría crear la mía propia, donde ser libre, reír y respirar. Aunque ni siquiera pensara en esa terminología. 
Recuerdo haber vacilado solo un instante tras publicar aquellas palabras. Tenía miedo, mucho miedo. Incluso entonces sospeché que el hecho de ser aceptada no implicaba obtener facilidad alguna, o que el camino no estuviese lleno de baches. A pesar de ello eché a correr a través del bosque, esquivando maleza y árboles gigantes. Huyendo de lobos que me considerasen su presa. No obstante pronto tropezaría, y ya lo sabía antes de dar el primer paso hacia mi nueva vida. Otra vida mucho mejor (y también mucho más extrema) que la anterior.
Caí.
Y volví a caer. 
Una vez más. 
Y fue entonces cuando supe que en realidad no existía ningún camino. Estaba desesperada por escapar de aquel lugar. 
No obstante, cuando ya no podía soportarlo más, Dativo me habló de Machado, quien continuó aquella frase. Esa que me rompía una y otra vez. Esa que fue capaz de curar mis heridas: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar".
Y hoy sigo caminando. Pero no sin mirar atrás. 
Quién pudiera mirar al frente. Quién pudiera avanzar.

Desde nuestra pequeña historia, escribiendo nuestra realidad: 
Reven.

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