jueves, 13 de noviembre de 2014

Parafraseando a Churchill

Pido palabra y consejo a alguien que sepa qué es activar el chip de positividad al poner un pie en la calle desierta de por las mañanas y, sin embargo, llegar a casa a diario con el corazón arponeado y las ilusiones deshechas en un puño. Diluídas por el ácido que desprende su muñeca durante el día. A quien sepa qué se siente cuando no hay fuerzas. A quien también haya perdido las ganas de despertar y levantarse por las mañanas.
Odio admitir que todo me está desmotivado, pero esa es la realidad. Qué será de mí si, a causa de la falta de tiempo, no importa cuánto estudie, pues jamás me será posible demostrar que me esfuerzo de verdad, que lo doy todo y más por seguir, aunque esa continuidad insana me cueste sangre, sudor y lágrimas. ¿Qué más debo hacer? A fin de cuentas nada es suficiente. Ese es el hecho inmutable que queda demostrado una y otra vez.
En mi cabeza se formó un cúmulo de desesperación que crece sin parar, que me mata por dentro sin que pueda hacer nada. Que me mantiene en una eterna caída por el abismo, sin dejarme ver el final. El final que siento la necesidad de alcanzar al fin.
Siempre pude con todo,  pero ¿esto? Esto es demasiado. Echo de menos la época que viví ahí arriba, ansiando la llegada de las letras, el punto de inicio de las carreras oscuras. Quién me lo diría entonces. Aquello nunca debió terminar.

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