sábado, 22 de noviembre de 2014

Obra de un Borbón

“Solo es una excursión. No va a caerse el mundo de su órbita por no ir…”

Bajo un punto de vista objetivo, lo único que me perderé serán las compras en compañía de otras dos cuartas partes de GLP, visitar un par de pequeñas iglesias antes de ir al Palacio Real y la Almudena, pasear por Sol y gastar dinero en un empalagoso crêpe de Nutella cubierto prácticamente en su totalidad por azúcar glas. Todo para acabar desplomada en mi asiento del autobús a la vuelta, donde priman los chillidos de los críos de doce y trece años de 1º de la ESO, que se creen adultos por vomitar fanfarronerías, sostener un cigarrillo apagado en la mano, maquillarse cual Gene Simmons antes de un concierto, burlarse del chico tímido sentado dos asientos por delante (en voz alta, a fin de que este lo escuche y se sienta mal, se sienta fatal, se sienta despreciado y con ganas de escapar a un lugar donde pueda ser él mismo sin que nadie lo juzgue), o escupir cerbatanas sirviéndose del cuerpo vacío de un bolígrafo BIC.

Pero, por Dios: ¿desde cuándo soy capaz de observar nada desde un punto de vista objetivo? Soy subjetiva sin remedio, y no es todo eso lo que advierten mis ojos en tal situación. No veo la Madrid magullada por el estrés y por las prisas de una muchedumbre que se pelea por no ir a ninguna parte. No veo fuentes, iglesias, palacios y museos disgregados, edificados al azar en cualquier parte, sino la hermosa ciudad que con tanto empeño quiso adornar Carlos III, proclamado su mejor alcalde, para que nada tuviera que envidiarle a París, ni a Roma, ni a Berlín. Pero no solo eso, sino los sueños de la gente almacenados en sus aguas, en sus cuadros, en sus calles, en sus plazas, en su asfalto.

Ignoro el azúcar glas cubriendo mi ropa y transformando el pulcro cuero en un negro grisáceo embadurnado de un blanco dulce y pegajoso. La crema de avellanas jamás dejará de resultarme empalagosa, sin embargo eso no es lo importante. No importan las compras que finalmente hagamos, o cuál sea el camino correcto para ir de Sol a la Plaza Mayor. Importa que nos perdemos, una y otra vez, y nunca será de otra forma. Importa que camino junto a Lalu y Paula y que a veces incluso pienso que la segunda elige el camino equivocado a propósito.

Importa que no solo me pierdo por las calles, sino en la ciudad misma y en toda su historia. Me pierdo en la magia de Madrid iluminada por un sol débil y placentero que anuncia la Navidad. Además lo hago con la seguridad de que él está allí, de que ha estado en cada lugar donde yo me he perdido, y que forma parte del hechizo de su ciudad.


Sí… Madrid en diciembre es preciosa.

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