“Solo
es una excursión. No va a caerse el mundo de su órbita por no ir…”
Bajo
un punto de vista objetivo, lo único que me perderé serán las compras en
compañía de otras dos cuartas partes de GLP, visitar un par de pequeñas
iglesias antes de ir al Palacio Real y la Almudena, pasear por Sol y gastar
dinero en un empalagoso crêpe de Nutella cubierto prácticamente en su totalidad
por azúcar glas. Todo para acabar desplomada en mi asiento del autobús a la
vuelta, donde priman los chillidos de los críos de doce y trece años de 1º de
la ESO, que se creen adultos por vomitar fanfarronerías, sostener un cigarrillo
apagado en la mano, maquillarse cual Gene Simmons antes de un concierto,
burlarse del chico tímido sentado dos asientos por delante (en voz alta, a fin
de que este lo escuche y se sienta mal, se sienta fatal, se sienta despreciado
y con ganas de escapar a un lugar donde pueda ser él mismo sin que nadie lo
juzgue), o escupir cerbatanas sirviéndose del cuerpo vacío de un bolígrafo BIC.
Pero,
por Dios: ¿desde cuándo soy capaz de observar nada desde un punto de vista
objetivo? Soy subjetiva sin remedio, y no es todo eso lo que advierten mis ojos
en tal situación. No veo la Madrid magullada por el estrés y por las prisas de
una muchedumbre que se pelea por no ir a ninguna parte. No veo fuentes,
iglesias, palacios y museos disgregados, edificados al azar en cualquier parte,
sino la hermosa ciudad que con tanto empeño quiso adornar Carlos III,
proclamado su mejor alcalde, para que nada tuviera que envidiarle a París, ni a
Roma, ni a Berlín. Pero no solo eso, sino los sueños de la gente almacenados en
sus aguas, en sus cuadros, en sus calles, en sus plazas, en su asfalto.
Ignoro
el azúcar glas cubriendo mi ropa y transformando el pulcro cuero en un negro
grisáceo embadurnado de un blanco dulce y pegajoso. La crema de avellanas jamás
dejará de resultarme empalagosa, sin embargo eso no es lo importante. No
importan las compras que finalmente hagamos, o cuál sea el camino correcto para
ir de Sol a la Plaza Mayor. Importa que nos perdemos, una y otra vez, y nunca
será de otra forma. Importa que camino junto a Lalu y Paula y que a veces
incluso pienso que la segunda elige el camino equivocado a propósito.
Importa
que no solo me pierdo por las calles, sino en la ciudad misma y en toda su
historia. Me pierdo en la magia de Madrid iluminada por un sol débil y
placentero que anuncia la Navidad. Además lo hago con la seguridad de que él
está allí, de que ha estado en cada lugar donde yo me he perdido, y que forma
parte del hechizo de su ciudad.
Sí…
Madrid en diciembre es preciosa.
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