viernes, 5 de diciembre de 2014

Sobre cambios, transiciones y evolución

Siempre estamos expuestos a la posibilidad de cambio. Continuamente vulnerables. El problema es que entendemos el concepto "evolución" como el cambio progresivo y mejorado con respecto a lo aceptado anteriormente, y que esa idea nos obsesiona. Esto se complementa además con nuestro miedo al retroceso, pues consideramos que lo uno es bueno y lo otro es malo. ¿Por qué? Porque lo segundo supone el regreso a lo anterior, a lo que ya fue y ahora no es. 
Sin embargo los términos antagónicos de "bueno" y "malo" no son siempre los más acertados. De hecho no suelen serlo casi nunca. Procurando hablar con propiedad, desechemos lo inadecuado y llamemos a las cosas por su nombre. De esta forma el progreso está asegurado. 
Dicho esto, hablemos de "evolución positiva" y "evolución negativa" no similar al retroceso, sino como matiz corrector que modifica la concepción de evolución. Así pues, la evolución positiva adoptaría la acepción original de la palabra, y debería entenderse, en efecto, como el cambio positivo, el logro de una mejor situación. La evolución negativa, por su parte, adquiriría un valor totalmente opuesto: lo indeseado, el cambio a peor. 
Ni sujeto ni objeto son inmunes a la acción del tiempo, la cual provoca la mutabilidad de ambos, pero no como si de una fuerza sobrenatural se tratase; es la propia naturaleza de estos componentes fundamentales de la realidad, que les hace sentir la necesidad de cambio, de adaptación a su medio y su contexto. De lo contrario, la selección natural actuaría en su contra, y ya no cabría contemplar una posible solución.
Toda etapa tiene un fin, y logramos percibir la transición de una a otra cuando ya no se registran evoluciones dentro de la situación. Cuando las circunstancias toman asiento y se niegan a ponerse en marcha de nuevo rumbo a lo mejor (o peor). Como vemos, es inútil pretender prolongar o acortar una etapa, ya que eso solo puede decidirse en la convención entre la realidad y su propia naturaleza. 

Alguien me dijo una vez que todos somos prescindibles, que si estamos aquí es por puro azar y, por lo tanto, la realidad en sí misma no sufriría variación alguna si desapareciéramos arrastrando con nosotros la red de realidades subordinadas con las que cargamos. Quizá os defensores de esta postura tengan razón, o tal vez se equivoquen. Tal vez la realidad no sea más que un tejido elaborado con el cruce de infinitas realidades particulares que se mezclan entre sí, se unen, se separan o se embarullan. De esta forma observaremos que el único componente imprescindible de la realidad es ella misma, con todas las subdivisiones que la conforman. 

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