miércoles, 28 de mayo de 2014

A Elena Galán

No se puede ser libre si no se puede amar con libertad.
                                                             Luis Cernuda. 

Esta mañana el cartero me trajo una carta. 
Dentro del sobre había una tarjeta-postal de Ámsterdam, unas púas de guitarra y una breve epístola. Desde la lejana, la distante Barcelona un amigo me escribe unas cuantas palabras tal vez elegidas y colocadas al azar: (...). Me quedo de pie frente a la ventana observando los edificios reflejados en las aguas holandesas.


Nunca se me ha dado bien llevar a la práctica eso de <<pensar antes de actuar>>. Al menos jamás he sido capaz de obrar conforme lo haría de manera deliberada. Cuántas veces me habré arrepentido de haber dicho esto, de haber olvidado lo otro, de no haber abierto los ojos a tiempo. Frustrante. 

El peso del aire me puede y comienzo a soltar barbaridades y rarezas en una búsqueda desesperada de mi Yo racional. ¡Esa está ya muy lejos de aquí! Esa es y siempre ha sido únicamente una sombra taciturna que vaga perdida por el infinito, como aquel trozo de papel celofán que tardó mil años en llegar al suelo tras precipitar desde mi mesa. Ese que aún está guardado junto mis láminas. 


Hay una diferencia abismal entre una persona estudiosa y una persona inteligente. Yo, por ejemplo, estudio hasta que me sangran las ideas, hasta que en mi cabeza no hay espacio para más números, más especiaciones, más letras ni más enlaces covalentes; pero no estoy segura de si merezco ser tachada de inteligente. No como tú, la persona más práctica y letal que conozco. 
 
Confío en seguir avanzando en lugar de estancarme. Estoy segura de que, si me esfuerzo, algún día seré lo suficientemente inteligente como para sobrevivir. De momento me alegro de, mínimamente, ser alguien con ideales propios. A pesar de ser subjetiva hasta la redundancia. Aunque no sepa ser prudente. 

Pienso que aquello que todo el mundo desea y que tan fácil es de malinterpretar —de ser confundido con otros asuntos mucho más tenebrosos— debería ser extendido universalmente hasta penetrar en el subsuelo y arraigar en las entrañas de la tierra. Todos queremos ser libres. Libertad de desear, de vivir, de amar... ¡Es tan efímera en cuanto es abrazada! Pues todo ser humano es experto en escapar y volver a ser capturado por sus propias cadenas. En levantarse... y caer. Y caer. Y seguir cayendo. 

Qué especie tan estúpida.


(...) Nunca cambies.

                                                                                                    —Reven

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