sábado, 24 de mayo de 2014

Francia

Algún día volveré.

Desde hace varias noches el recuerdo fugaz de mi viaje a Francia habita mis sueños. Sigiloso, sin hacer ruido, me acaricia nuevamente aquel aire fresco que añoré tanto el resto de ese verano, cuando ya estaba aquí. Cuando el calor se me pegaba a la piel y me impedía dormir, pensar y respirar. 

Recuerdo los días previos al viaje. Estaba especialmente nerviosa, y esos nervios se manifestaban en mi conducta, mucho más susceptible de lo normal. Me sentía mal por comportarme de aquel modo, pero parecía incapaz de actuar de otra manera. Mi madre me decía que se trataba de miedo y de pocas ganas de ir. Se equivocaba. Ir a Francia era mi sueño desde antes de que pudiera recordar. 

Finalmente decidimos hacer las paces y olvidarlo todo. Desde ese momento pude controlarme. Tal vez todo fuera un revoltijo de nervios, ansias y falta de comprensión mutua. 

Mi madre se fue a trabajar por la mañana, y yo no partía hasta la tarde. Se despidió de mí casi llorando (yo me ahorré el <<casi>>). Fueron mi hermana y mi padre los que me llevaron hasta el lugar donde me recogió el autobús. Mi padre me abrazó, y en cierto modo ese abrazo me dio pena. Mi hermana me dio un beso, como pocas veces hace. Aquel beso me hizo llorar mucho más que el abrazo de mi padre, mucho más que la despedida de mi madre, mucho más que las últimas palabras de mis amigos, que se despidieron de mí la noche anterior sobre las dos de la mañana. Parece que vuelvo a vernos tumbados en mitad de la calle mirando las estrellas, preguntándonos como sería aquello, cómo se respiraría allí.

Tras un recorrido largo, muy largo y cansado, el cual me llevó por mil ciudades de España que a veces me hacían dudar incluso de dónde me encontraba, crucé la frontera. De repente pude verlos. Esos campos verdes, esos Pirineos nevados a tan pocos metros de mi, y aquel amanecer que coincidió con mi llegada y con la salida del sol entre las nubes... Supe que todo había merecido la pena.

Gema se quejaba de no entender los carteles en francés. Se llevaba las manos a la cabeza en pensarcómo rayos se iba a comunicar. Yo estaba tranquila. No soy bilingüe, ni mucho menos, pero confiaba en mí misma y en Eva. Sabía que Eva me había enseñado todo cuanto me hacía falta saber para sobrevivir. 

Todo era mágico: la catedral, la música en las calles, los árboles, las escaleras, los edificios, la cueva, la fuente, el viento y la lluvia. Todo era como me había imaginado. Pero algo estuvo a punto de masacrar mi sueño hecho realidad. Lo estaba consiguiendo, estaba consiguiendo hacerme odiar Francia. Hasta que nos revelamos... Libertad. Dulces y efímeros momentos que me acompañarán siempre y que hoy regresan a mi cama. 


Ahora me levanto de la silla sobre la que escribo y cojo la tarjeta de Amsterdam que Álex trajo para mí. ¿En qué demonios estaba pensando? ¿Cómo no se me ocurrió comprar tarjetas? Increíble... Pero más increíble todavía es que sea eso lo único que lamento. 

Volveré. Sea como sea, volveré. 

                                                                                                           —Reven

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