"De repente las luces se apagan y los gritos me dañan los tímpanos. La
incertidumbre desespera a toda esta gente, y por eso chillan. Yo, en cambio,
llevo demasiado tiempo sabiendo lo que ocurre en este lugar. No puedo
sorprenderme, y no lo hago. Me limito a repetir mil veces que la quiero, y lo
mucho que me arrepiento de haber sido tan cobarde. Al fin y al cabo mi destino
siempre estuvo sellado, ¿por qué tuve que elegir esta forma de llegar a él?
Si la situación fuera otra, si ahora mismo estuviese sentado sobre la
cama de casa de mis padres, o preparando chocolate para Ada en la cocina,
sollozaría de desesperación, de angustia ante lo que me espera. Sufriría la
presión en el pecho de todas las vidas que he destrozado. Pero no es el caso.
Estoy aquí, con la persona a la que más quiero y que más ha sufrido por mi
culpa entre mis brazos. Y sólo puedo pensar en ella, y en cada una de las
escasas sonrisas que me ha dedicado. Ahora me doy cuenta de que no las merezco.
Ni siquiera merezco su mirada, ahora desviada hacia la puerta, justo en la
misma posición que antes. Mirando hacia el lugar donde arrojé los trozos de tela
arrancados del abrigo y la gorra.
La gente comienza a toser, y yo no tardo en unirme a ellos. Ahora Ada
me mira directamente a los ojos. Algo la hace temblar. Cuando diviso las
lágrimas cayendo por sus mejillas pienso que el miedo es el culpable. Pero no.
Jamás ha tenido miedo, ni siquiera mientras estaba expuesta a ser descubierta
las veinticuatro horas del día.
El tiempo se consume demasiado
deprisa… Agacho la frente y la pego contra la suya, de tal forma que los dos
respiramos el mismo aire y compartimos el poco oxígeno que queda. Ella me coge
la mano en un último aliento y yo apoyo mi boca en sus delicados labios.
Los hombros dejan de pesarme y me siento flotar. ¿Podrá perdonarme
quien sea que esté ahí arriba?
Siento la fría nieve caer del cielo. Es Navidad. Al fin estoy en casa.
"
—Reven
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