“Eso
demuestra que hay trescientos sesenta y cuatro días en los que podrías tener
regalos de no-cumpleaños-”
“Es
cierto”, dijo Alicia.
“Y, como
sabes, solo uno para los regalos de cumpleaños. ¡He ahí gloria para ti!”
“No sé qué
significa ‘gloria’ para ti,” dijo Alicia.
Humpty Dumpty sonrió
desdeñosamente. “Por supuesto que no lo sabes –hasta que yo te lo diga.
Significa: ‘¡He ahí un bello argumento contundente para ti!’”
“Pero
‘gloria’ no significa ‘un bello argumento contundente’,” objetó Alicia.
“Cuando yo
uso una palabra”, dijo Humpty Dumpty en un tono más bien despreciativo, “significa
exactamente lo que yo elijo que signifique, ni más ni menos.”
“La
cuestión es”, dijo Alicia, “si usted puede
hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.”
“La
cuestión es”, dijo Humpty Dumpty, “quién manda aquí, eso es todo.” (L. Carroll:
Alicia a través del espejo)
El misterio
del lenguaje es tan complejo como bello: con las palabras es posible hacer
cosas. Muchas cosas, y muy diversas. Esto responde a su carácter sígnico, o
quizá sería preferible, por ser más precisos y destacar más adecuadamente su
verdadero ser, hablar del carácter simbólico de las palabras.
Las palabras
en que se despliega y desarrolla un lenguaje simbólico sirven, pues, para
muchas cosas. De igual forma podría haberse llamado a las cosas por otro
nombre, distinto al que en el discurso habitual utilizamos para referirlas,
pues en esto precisamente se basa su carácter simbólico: el signo es
arbitrario, convencional. Al igual que las cosas se llaman como se llaman,
podrían llamarse de otra manera y nada en su esencia cambiaría. La cuestión es
que, efectivamente, los hablantes, los intérpretes de signos, nacen ya insertos
en una comunidad de hablantes en la que los significados están ya atribuidos.
Por tanto, el uso distinto no generalizado de una palabra carece, en principio,
de capacidad simbólica para su referente, en tanto que no lo significa.
En este
fragmento de Alicia a través del espejo se plantea esta cuestión.
Aparece Alicia discutiendo con Humpty Dumpty la posibilidad de hacer variar el
significado de las palabras a través de su uso privado; si es posible que
“gloria” deje de tener su significado habitual por otro inventado y dado a
través de su uso. En otras palabras, si el significado de las palabras depende
del uso que se les dé.
Habitualmente
entendemos que “gloria” significa una cierta reputación, honor, magnificencia, esplendor,
sentimiento del placer… Sin embargo, Alicia se queja del uso que le da Humpty
Dumpty como concepto que define “un bello argumento contundente”. La niña
defiende la imposibilidad de salir de la convención en el uso el lenguaje (ya
que falla el acto comunicativo, se produce incomprensión por parte del receptor
del mensaje); se plantea si puede contemplarse el significado múltiple y
absolutamente diverso, en atención exclusiva del uso. En lugar de contestar,
Humpty Dumpty reformula la pregunta: “La cuestión es quién manda aquí, eso es
todo”.
Por supuesto, el contexto de uso es
importante en numerosas ocasiones para comprender correcta y (casi)
completamente el significado de los términos. Pero el uso no puede ser
aleatorio, sobre todo, si el cambio de tendencia lo realiza privadamente un
único sujeto. Hay algo en ese significado que nos compromete ciertamente a
respetar las reglas convencionales.
Pero podría
a partir de aquí estudiarse si las relaciones de poder establecidas en que se
desarrolla una determinada comunidad de hablantes o cultura pueden llegar a
condicionar, en los discursos habituales que se planteen, el significado de las
palabras. Si el poderoso, el dirigente, la élite rectora, los políticos o los
individuos con influencia en la sociedad pueden hacernos cambiar la manera de
comprender y utilizar el lenguaje. ¿Pierden las palabras su capacidad simbólica
y ganan una nueva si la persona adecuada juega con ellas a hacer cosas nuevas?
Decíamos al
principio que con las palabras podemos hacer y hacemos cosas. Mentimos dando
conscientemente un uso inadecuado a las palabras, llamando a las cosas por
nombre distinto al suyo. Podemos aminorar, fortalecer o matizar el significado
de las palabras si conseguimos universalizar un nuevo uso para ellas. Esto es,
crear un nuevo hábito de uso. Pero estos son actos con origen colectivo, y por
tanto responden al carácter convencional del lenguaje.
Quien manda
aquí es la comunidad de hablantes; el uso generalizado del lenguaje. Por eso no
tienen sentido los lenguajes privados: no existe capacidad simbólica de sus
términos, no es posible la comunicación. Aunque ciertamente puede influir en
primer término, en origen del cambio de tendencia, el uso distinto que dé en un
momento determinado un sujeto a las palabras, lo determinante es la
generalización del uso, la creación del hábito.
Sin embargo,
esto no nos salva de la mentira y el juego. El político puede llamar “conflicto
social” a una auténtica guerra civil. Puede, incluso, llegar a convencer, a
tranquilizar, a desviar atenciones y eliminar preocupaciones. Pero ¿hace que la
realidad deje de ser la que es? Supongo que todo depende de la capacidad
simbólica que tengan y tomen las palabras que selecciona, y también su
capacidad de convicción y universalización, en definitiva.
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