miércoles, 21 de noviembre de 2018

Tener las pestañas tan largas no debería poder ser requisito de nada


            Sé lo que estás pensando… ¿Otra? ¿así, sin más? Bueno, no sé. Ni es de mi estilo, ni me lo planteo siquiera. Pero al sentarse en la silla del profesor, con esa actitud despótica, me ha recordado a cosas de otros tiempos.
            No me gustan sus zapatos. No tiene una cara precisamente dulce. Al contrario… Tiene los rasgos endurecidos y la piel clara. Atiende y participa en las clases de Derecho Civil, y por eso mismo no es de fiar. Tiene nombre de telenovela mexicana. Lleva el pelo recogido en un moño torpe, y de todos es la única que se ha sentado mientras hace una exposición. Tiene un tatuaje debajo de la nuca. Me recuerda al típico personaje de libro o serie de trece temporadas. Sola, borde, malhumorada.
            A lo mejor el problema está en leer tanto y atender tan poco. Pero, de verdad, no sé cómo precisarlo: ha habido experiencia estética.
            La belleza me ha impresionado.
            Tener las pestañas largas no debería poder ser requisito de nada. Prefiero mis máscaras de la tragicomedia.
            Se ha soltado el pelo. Estaba mirando para otro lado. Me he perdido la explosión. Ahora se aburre, se impacienta, y parece más joven. No sé de qué es señal llevar más de media hora sin variar la posición, pero debe significar algo. Juega con cualquier cosa que tenga en las manos y usucape en cinco años. No aplaude. Nunca aplaude. California tendrá más noticias sobre ella. Cuando se aparta el pelo de la cara le brillan los ojos, le brillan más que el dorado Cornbelt, y atraviesa América entera de sur a norte. De norte a sur.

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