miércoles, 10 de agosto de 2016

Cartas a Andalucía

[Para Ana Blasco, de Manu Godoy]
Tenía el pelo color fuego: de un rojo tan intenso que aceleraba el calentamiento global. Mentiría si me atreviera a proclamar su jodida perfección absoluta.  No era perfecta; era humana. Tenía un nombre demasiado común, de esos que si voceas por la calle se gira más de una persona. No era la típica chica de novela, esa que lo hace todo bien y es capaz de acertar una aceituna a treinta metros de distancia con una flecha sin haber tocado un arco en su vida. 
Ella hacía las cosas mal y era consciente de ello: se peinaba con la raya al lado, dejando a la vista un remolino de pelo rebelde. Su ropa era demasiado holgada y acentuaba su pequeñez. Daba mil vueltas durmiendo, y roncaba cuando miraba al techo. Bailaba fatal: tan mal que sus amigas se apartaban de ella en la discoteca para que no las relacionaran con ella. Cantaba estupideces con voz de camionero cuando el whisky la vencía, y al día siguiente la resaca empañaba su mente, pero seguía recordándome. Era completamente imperfecta. Era maravillosa. 
Para la generalidad no llamaba la atención porque lo que la hacía verdaderamente especial no se veía a simple vista: era libre. Y siendo libre creaba libertad. 
El cielo le parecía demasiado grande, y ahora le queda pequeño. La esperaré, allá donde salga la luna. 
Tenía el pelo color infierno, y no me habría importado derretirme con sus llamas. 

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