martes, 27 de enero de 2015

Epicúreo

No puedo creer que, poblando el cuándo, el dónde y el cómo en el que el destino nos puso, personas tan inteligentes, aun teniéndolo todo, carezcan de lo más importante. Lo que nos hace especiales, lo que nos distingue de nuestros antepasados animales. Lo que nos hace humanos y nos convierte en esa realidad especial que nos glorifica y nos atormenta; aquella que nosotros mismos creamos y de la cual no podemos huir: la razón. La humanidad. Esa frialdad agota. 
Quizá el gran problema es ese último parámetro que conforma nuestro medio: el cómo. La mentalidad egoísta, controladora y avara que la propia circunstancia desencadena. Afortunadamente no sé qué son las cadencias, pero sé imaginar el dolor que producen. Sé ponerme en su piel. 
Sin embargo sus manos (firmes), su voz (cordial), sus ojos (profundos), su boca (epicúrea), su pulso (mi pulso)... me alejan del bullicio del caos. Son mi llama. Sus palabras (mi droga), sus gestos (mi risa), su respiración (la mía), el éxtasis de mis sentidos.

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