domingo, 8 de septiembre de 2019

Fly me to the moon

Ya está. Tengo que llevarme las manos a la cabeza, porque no sé dibujar los girasoles. Sí, he pasado la vida rodeada de cielos estrellados y campos amarillos, pero nunca es suficiente. 
He visto lo estético en una galleta Oreo y mis escritos de fondo, más pobres que las ratas. Una canción de Sinatra suena dentro de un coche y otro coche baraja estrellas en el capó metalizado, como si fueran cartas. Ya estallan los fuegos artificiales ahí fuera; en el interior se desata la tormenta. Un beso, una rosa, un atraco a mano armada. Estoy saturada de demonios.
Nos fusila el viento al final del túnel. La última marea no nos dejó indiferencia: el mundo pintado en colores y cansado de miserias. A algunos se les parte el alma. A mí me abre los poros: el infierno me estalla en la cara y me reflejo en algún mar de aguas claras. Me despeina la brisa del Báltico y le grito a las entrañas de la tierra para sentir que aún puedo ser libre. 
No sé que se me permite pensar y qué no. No sé si debería utilizar condicionales en temas tan serios. Solo sé que alguna vez arrojaré por el balcón un puñado de palabras que serán las últimas. Pero yo no las sabré, y tal vez nadie las oiga. Y nunca podré decidir haber escogido otras mejores. Es la consecuencia de estar viva. El llevar la muerte por dentro ha de tener esa ventaja, y a qué precio. 
Libertad por libertad. Así se mueve el universo. El preso desfilando hacia el patíbulo. Es una buena historia que recordar cuando me entre sueño. 



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