miércoles, 11 de julio de 2018

Diamante negro

Hoy dejo Madrid como lo dejo todos los días, y, sin embargo, el corazón me late a otro ritmo, menos lento, menos sosegado. Cálido y acuoso como en una despedida llena de acordes, de esas que tocan el alma.
Siemto que ha pasado mucho el tiempo. Ha pasado demasiado, pero el cielo sigue en llamas. Y yo ardo con él. Trato de hacerlo, dejarlo a un lado, pero todo en el vacío se dispara, como un respiro precioso, una bocanada de aire justo a tiempo que acelera el alma.
Anoche se hizo realidad un sueño del que nunca quise despertar. Serían las luces, las llamas, la sangre, el alcohol que no bebimos. Sería KISS apagando estrellas sobre el escenario. Sería mi yo de quince años gritando "despierta". Despierta, por favor. No vuelvas a dejarme sola.
Sola duele más y sacia menos. La vida, la risa, las sombras. Todo es más cálido y simple, más esencial, si estás aquí y no median las palabras.
Parece que finalmente tengo que quitarme el sombrero y conceder razón a Wittgenstein sobre aquello de que el lenguaje limita el mundo, que en ocasiones pretendemos caminar por encima del mundo designando falsas realidades. Creándolas mediante palabras prohibidas.
Ya puedo contarlo en años, y todavía no soy capaz de comprender nada. Seguir jactándome de desconocimiento tal vez sea un error. O tal vez todo lo contrario.

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