lunes, 18 de junio de 2018

Método de irreducción al absurdo

Muchas noches más así he pasado preguntándome a mí misma qué es ese excedente que con nada comparto, que lo llena todo y no puedo ni siquiera darle nombre. A veces me sueño en tus brazos, y me despierto con el corazón acelerado. A veces olvido que no eres más que un sueño. Un sueño que me espera sentado, con manchas de cansancio y olor a café. 
A veces olvido que la tristeza y la soledad se tocan, aunque ambas de vez en cuando puedan cubrirse con un manto de rosas y finales felices. A fin de cuentas la soledad no deja de ser un cuento de hadas: una batalla de contrarios, una dialéctica más en la que el amor y el odio dejan estragos. Tu presencia y tu ausencia en la misma mirada. 
En tus ojos marrones una noche tracé un mapa del tesoro que conduce hasta el fondo de tus pupilas. Tú estás, ahí. Eres el blanco que fundamenta mis filosofías. Después de todo fue así como aprendí las más grandes lecciones: las manos más bellas, la mirada más bella, la lengua más bella que sabe pintar romanticismos sobre vanguardia pura. Las aprendí por experiencia. Las aprendí viviéndote.  
No le tengo miedo al absurdo. En Oniria los vivientes salen a cazar aventuras. Vuelven con flores de fuego y bocas de sangre. Vuelven de nuevo, habiendo nacido por última vez. Deleitan sus condenas. Sufragan errores con los mismos errores. Suena absurdo... Lo sé. O no lo sé. Pero no me importa demasiado.


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