domingo, 19 de octubre de 2014

Leyes

Las leyes no existen para hacer perfecto y armonioso un mundo caótico y desigual. Un mundo ruidoso e impaciente, sumido en la disyuntiva entre progreso y tradición, partido en dos, en cuatro, en ocho partes, y cada vez más. Un mundo de miles de ideas. Un mundo de libertad. 
Pero en todas partes la libertad parece estar vigilada, controlada y oprimida. En contra de lo que muestran las apariencias, nada de esto es culpa del dinero, sino del poder de control que ejerce sobre las personas. Si bien es cierto que rico es el que lo tiene en abundancia, también lo es que a las personas más pobres les sobra. Porque no hablo de desfavorecidos, sino de pobres de espíritu. Pobre el que compra a las personas y pobre el que se autoproclama adquirible. 
Pobres todos aquellos que compran su inocencia, que compran la justicia. Y pobre la justicia por dejarse hacer. Pobre de mí por creer que puedo cambiarla, pero me compadezco aún más del que lleva un <<imposible>> por bandera, y se rinda sin luchar.

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